Thomas A. Davis - ¿Puede Usted Confiar en su Conciencia?¿Que Vuestra Conciencia Sea Vuestro Guía?
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Thomas A. Davis - ¿Puede Usted Confiar en su Conciencia?¿Que Vuestra Conciencia Sea Vuestro Guía?
Thomas A. Davis - ¿Puede Usted Confiar en su Conciencia?¿Que Vuestra Conciencia Sea Vuestro Guía?
Un historiador nos cuenta que Felipe II de España (1527-1598) instituyó, en la Inquisición Española, “la más violenta especie de gobierno cruel que se haya alguna vez practicado en la humanidad”. Él también instauró la Inquisición en Holanda; bajo su cruel patrocinio, miles murieron bajo las más crueles torturas. Y la evidencia sugiere que todo fue hecho teniendo a la conciencia como base. Felipe creía que a través de la Inquisición él estaba haciendo la voluntad de Dios. A la hora de su muerte él preguntó, si algunos de los problemas que aparecieron, no habrían sido debido a que no habría quemado suficientes herejes.
¿Quién hoy día insistiría en afirmar que Felipe estaba haciendo lo correcto cuando él siguió su propia conciencia al torturar y matar a sus semejantes?
Es obvio que el adagio “que vuestra conciencia sea vuestro guía” a veces puede ser un consejo muy pobre. ¿Cómo podemos correlacionar esta observación con el consejo a escuchar la conciencia hecho en el capítulo uno?
Considere la alternativa: “No escuche su conciencia”. Apenas es necesaria una pequeña reflexión para entender la inaceptable implicación de esa idea.
Nosotros creemos que escuchar la conciencia, aun cuando pueda guiarnos mal en algunos casos, es mucho mejor que ignorarla o desobedecerla (nosotros creemos que la conciencia de Felipe no era una conciencia “normal”. Él tenía una personalidad frías, autocrática, la cual, al parecer, poseía además una predilección hacia el fanatismo en la religión, sin duda realimentada por el medio en que vivía).
La conciencia, tal cual la hemos conocido en el capítulo anterior, es la rueda del equilibrio moral en la razón, de toda la personalidad. ¿Y qué sucede si se desequilibra? Entonces estamos en peligro. Y es claramente desde el punto de vista teológico, moral y bíblico, que la conciencia puede ser fácilmente desequilibrada. (Alguien dijo, “es asombroso cuán rápidamente toda la conciencia comienza a desenre-darse, si apenas le falta un punto”). El hecho es, que pocas conciencias están plenamente equilibradas. Si lo estuviesen, no necesitaríamos muchas de las instrucciones morales encontradas en las páginas de la Biblia. Los problemas que necesitan de esas instrucciones, simplemente no surgirían.
La Biblia menciona diversos tipos de conciencias que no están “equilibradas”. Existe la conciencia contaminada o débil, una que no posee suficiente fuerza como para actuar a partir del conocimiento (1 Cor. 8:7); existe la conciencia corrompida (Tito 1:15, RSV); y existe la conciencia marchitada (1 Tim. 4:2). Los psicólogos reconocen aun la conciencia fanática, la conciencia ascética, la conciencia entrometida, la conciencia ansiosa, y otras más.
De la antropología aprendemos que la conciencia a veces está lejos de ser un guía seguro. Una búsqueda hecha en el material acumulado por los antropólogos a respecto de las costumbres de diversos pueblos salvajes y paganos a través de las edades, muestra que “existe un vicio que no ha sido con-siderado una virtud, y existe una virtud que ha sido marcada como vicio”.
Esto lo ilustra Rom. 2:21-28, donde Pablo declara que, debido a la persistente degradación moral practicada de los ancianos, “Dios les dio una mente reprobada”; hubo una perversión de la conciencia en la cual lo justo se volvió errado y lo errado se volvió justo.
Satanás debe concentrar gran parte de su atención sobre la conciencia humana, porque es una fa-cultad crucial del alma. Ciertamente puede ser una tremenda herramienta para el, si es que la puede usar para sacarle ventaja, ya sea volviéndola fanática exigiendo en lo que su poseedor considera como justo, como lo fue el caso de Felipe II, o girándola en 180º, como en el caso de aquellos que ven lo errado como si estuviese correcto, y lo correcto como si estuviese errado. O Satanás puede esforzarse para dejarla embotada, pasiva, descuidada o sin respuesta. Él tratará de exagerar y torcer la conciencia por un lado, o apaciguarla o paralizarla por el otro.
Cuando él trata de llevar a cabo un acto errado, tratará de mantener la conciencia de tal modo que no lo reconozca como errado. Tratará de hacerlo pasar sin importancia, tal vez placentero. Después que el acto ha sido hecho, tratará de hacerlo parecer tan terrible como pueda, imperdonable, si así fuese po-sible. De esta manera él trata de hacernos creer que no tenemos ninguna esperanza, que bien podemos lanzar todo por la borda y olvidarnos de la religión y de Dios.
Así la verdad es, que la conciencia es guía seguro solamente si ha sido correctamente entrenada. Porque, tal como lo hemos visto en el capítulo anterior, la conciencia no es la ley. Es un juez o un testi-go, pero no es la ley. Y un testigo, a veces, puede estar equivocado. Como juez, la conciencia solo pue-de aplicar la ley que conoce. Si no está correctamente educada en relación a la ley, puede efectuar jui-cios errados. La conciencia puede guiar por el camino errado, si ella misma ha sido mal dirigida; puede engañar si ha sido engañada. Como dijo H. C. Trumbell, “la conciencia nos dice que tenemos que actuar en forma justa, pero no nos dice lo que es justo, ya que eso lo enseña la Palabra de Dios.
No es suficiente estar consciente en una creencia o en una práctica. Un hombre puede estar cons-ciente al caminar en un camino que no lo llevará al cielo. Que él sea sincero no prueba que esté en lo correcto. Motivos sinceros no servirán para hacer con que el error se transforme en verdad.
¿Quién hoy día insistiría en afirmar que Felipe estaba haciendo lo correcto cuando él siguió su propia conciencia al torturar y matar a sus semejantes?
Es obvio que el adagio “que vuestra conciencia sea vuestro guía” a veces puede ser un consejo muy pobre. ¿Cómo podemos correlacionar esta observación con el consejo a escuchar la conciencia hecho en el capítulo uno?
Considere la alternativa: “No escuche su conciencia”. Apenas es necesaria una pequeña reflexión para entender la inaceptable implicación de esa idea.
Nosotros creemos que escuchar la conciencia, aun cuando pueda guiarnos mal en algunos casos, es mucho mejor que ignorarla o desobedecerla (nosotros creemos que la conciencia de Felipe no era una conciencia “normal”. Él tenía una personalidad frías, autocrática, la cual, al parecer, poseía además una predilección hacia el fanatismo en la religión, sin duda realimentada por el medio en que vivía).
La conciencia, tal cual la hemos conocido en el capítulo anterior, es la rueda del equilibrio moral en la razón, de toda la personalidad. ¿Y qué sucede si se desequilibra? Entonces estamos en peligro. Y es claramente desde el punto de vista teológico, moral y bíblico, que la conciencia puede ser fácilmente desequilibrada. (Alguien dijo, “es asombroso cuán rápidamente toda la conciencia comienza a desenre-darse, si apenas le falta un punto”). El hecho es, que pocas conciencias están plenamente equilibradas. Si lo estuviesen, no necesitaríamos muchas de las instrucciones morales encontradas en las páginas de la Biblia. Los problemas que necesitan de esas instrucciones, simplemente no surgirían.
La Biblia menciona diversos tipos de conciencias que no están “equilibradas”. Existe la conciencia contaminada o débil, una que no posee suficiente fuerza como para actuar a partir del conocimiento (1 Cor. 8:7); existe la conciencia corrompida (Tito 1:15, RSV); y existe la conciencia marchitada (1 Tim. 4:2). Los psicólogos reconocen aun la conciencia fanática, la conciencia ascética, la conciencia entrometida, la conciencia ansiosa, y otras más.
De la antropología aprendemos que la conciencia a veces está lejos de ser un guía seguro. Una búsqueda hecha en el material acumulado por los antropólogos a respecto de las costumbres de diversos pueblos salvajes y paganos a través de las edades, muestra que “existe un vicio que no ha sido con-siderado una virtud, y existe una virtud que ha sido marcada como vicio”.
Esto lo ilustra Rom. 2:21-28, donde Pablo declara que, debido a la persistente degradación moral practicada de los ancianos, “Dios les dio una mente reprobada”; hubo una perversión de la conciencia en la cual lo justo se volvió errado y lo errado se volvió justo.
Satanás debe concentrar gran parte de su atención sobre la conciencia humana, porque es una fa-cultad crucial del alma. Ciertamente puede ser una tremenda herramienta para el, si es que la puede usar para sacarle ventaja, ya sea volviéndola fanática exigiendo en lo que su poseedor considera como justo, como lo fue el caso de Felipe II, o girándola en 180º, como en el caso de aquellos que ven lo errado como si estuviese correcto, y lo correcto como si estuviese errado. O Satanás puede esforzarse para dejarla embotada, pasiva, descuidada o sin respuesta. Él tratará de exagerar y torcer la conciencia por un lado, o apaciguarla o paralizarla por el otro.
Cuando él trata de llevar a cabo un acto errado, tratará de mantener la conciencia de tal modo que no lo reconozca como errado. Tratará de hacerlo pasar sin importancia, tal vez placentero. Después que el acto ha sido hecho, tratará de hacerlo parecer tan terrible como pueda, imperdonable, si así fuese po-sible. De esta manera él trata de hacernos creer que no tenemos ninguna esperanza, que bien podemos lanzar todo por la borda y olvidarnos de la religión y de Dios.
Así la verdad es, que la conciencia es guía seguro solamente si ha sido correctamente entrenada. Porque, tal como lo hemos visto en el capítulo anterior, la conciencia no es la ley. Es un juez o un testi-go, pero no es la ley. Y un testigo, a veces, puede estar equivocado. Como juez, la conciencia solo pue-de aplicar la ley que conoce. Si no está correctamente educada en relación a la ley, puede efectuar jui-cios errados. La conciencia puede guiar por el camino errado, si ella misma ha sido mal dirigida; puede engañar si ha sido engañada. Como dijo H. C. Trumbell, “la conciencia nos dice que tenemos que actuar en forma justa, pero no nos dice lo que es justo, ya que eso lo enseña la Palabra de Dios.
No es suficiente estar consciente en una creencia o en una práctica. Un hombre puede estar cons-ciente al caminar en un camino que no lo llevará al cielo. Que él sea sincero no prueba que esté en lo correcto. Motivos sinceros no servirán para hacer con que el error se transforme en verdad.
Re: Thomas A. Davis - ¿Puede Usted Confiar en su Conciencia?¿Que Vuestra Conciencia Sea Vuestro Guía?
Un ministro relata una experiencia personal que ilustra cómo la conciencia puede estar tan adormecida que no siente el error oculto en una situación:
Cuando era niño, antes que fuese cristiano, él acostumbraba jugar “a los jovencitos y a los indios” con armas de juguete, y veía todas las películas del salvaje Oeste que podía. Como resultado, desarrolló un gran interés en armas.
Cuando nació un hijo en su propio hogar, este hijo también comenzó a manifestar un interés por las armas, aun cuando él no jugase “a los jovencitos ni a los indios” o no viese películas del salvaje Oeste. La madre tenía un fuerte sentimiento contra los juguetes que tenía su hijo. Para ella, armas de juguete traían la sugestión de violencia. Sabiendo que el jugar tenía una gran influencia en todo el desa-rrollo de un niño, ella sentía que permitirle a su hijo que tuviera armas, sería como invitarlo a jugar a la muerte con los demás niños de la vecindad. Esto, ella lo sentía, tendería a desarrollar en él una falta de respeto por la vida humana.
Su marido cedió a sus deseos y cooperó totalmente en mantener las armas lejos del niño. Pero al mismo tiempo confesó que no lo hacía porque tuviese la misma impresión que tenía su esposa en rela-ción a las armas. Su experiencia lo llevó a exclamar, “¿qué tiene de malo el jugar con armas?”. Pero su razón le decía que su esposa estaba en lo correcto.
Así vemos que si la conciencia no nos advierte que algo está errado, esto no significa necesaria-mente que realmente no esté errado.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que, debido a que en tantos casos la conciencia ha sido mal dirigida y mal entrenada, necesita de un nuevo entrenamiento y de una nueva dirección
Cuando era niño, antes que fuese cristiano, él acostumbraba jugar “a los jovencitos y a los indios” con armas de juguete, y veía todas las películas del salvaje Oeste que podía. Como resultado, desarrolló un gran interés en armas.
Cuando nació un hijo en su propio hogar, este hijo también comenzó a manifestar un interés por las armas, aun cuando él no jugase “a los jovencitos ni a los indios” o no viese películas del salvaje Oeste. La madre tenía un fuerte sentimiento contra los juguetes que tenía su hijo. Para ella, armas de juguete traían la sugestión de violencia. Sabiendo que el jugar tenía una gran influencia en todo el desa-rrollo de un niño, ella sentía que permitirle a su hijo que tuviera armas, sería como invitarlo a jugar a la muerte con los demás niños de la vecindad. Esto, ella lo sentía, tendería a desarrollar en él una falta de respeto por la vida humana.
Su marido cedió a sus deseos y cooperó totalmente en mantener las armas lejos del niño. Pero al mismo tiempo confesó que no lo hacía porque tuviese la misma impresión que tenía su esposa en rela-ción a las armas. Su experiencia lo llevó a exclamar, “¿qué tiene de malo el jugar con armas?”. Pero su razón le decía que su esposa estaba en lo correcto.
Así vemos que si la conciencia no nos advierte que algo está errado, esto no significa necesaria-mente que realmente no esté errado.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que, debido a que en tantos casos la conciencia ha sido mal dirigida y mal entrenada, necesita de un nuevo entrenamiento y de una nueva dirección
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