E. White - Predicacion Poderosa
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E. White - Predicacion Poderosa
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En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. (Mat. 3: 1, 2).
Juan el Bautista durante su vida en el desierto aprendió de Dios. Estudiaba las revelaciones de Dios en la naturaleza. Bajo la dirección del Espíritu divino, estudiaba los rollos de los profetas. De día y noche estudiaba a Cristo; él era su meditación; hasta que su mente, su corazón y su alma estaban llenos de la gloriosa visión.
Contemplaba al Rey en su hermosura, y perdía de vista al yo. Consideraba la majestad de la santidad, y reconocía su incapacidad e indignidad. Debía anunciar el mensaje de Dios. Debía permanecer de pie con el poder y la justicia de Dios. Estaba listo para salir como mensajero del Cielo, impávido frente a los hombres, porque había contemplado al Divino. Podía comparecer sin temor frente a los monarcas terrenales, porque se había inclinado tembloroso ante el Rey de reyes.
Juan proclamó su mensaje sin recurrir a argumentos complicados ni teorías alambicadas. Sorprendente y enérgica, pero llena de esperanza, su voz se oyó en el desierto diciendo: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. 3: 2). Conmovió a la gente con un poder nuevo y extraño. Toda la nación fue sacudida. Multitudes acudían al desierto. . . Y todos, aun los fariseos y los saduceos, los fríos e indiferentes burladores, se retiraban con su burla acallada y el corazón herido por el sentimiento de sus pecados. . .
En esta época, precisamente antes de la segunda venida de Cristo en las nubes del cielo, debe hacerse una obra como la de Juan. Dios llama a hombres para que preparen a un pueblo que permanezca de pie en el gran día del Señor. . . Como pueblo que cree en la pronta venida de Cristo, tenemos un mensaje que dar: "Prepárate para venir al encuentro de tu Dios" (Amós 4: 12). Nuestro mensaje debe ser tan directo como el de Juan. Reprendió a reyes por su iniquidad. Aunque su vida corría peligro, no vaciló en declarar la palabra de Dios. Con la misma fidelidad debemos hacer ahora nuestra obra.
A fin de dar un mensaje como el de Juan, debemos tener una experiencia espiritual semejante a la suya. Debe hacerse en nosotros la misma obra. Debemos contemplar a Dios, y al contemplarlo, perder de vista al yo.*
Juan el Bautista durante su vida en el desierto aprendió de Dios. Estudiaba las revelaciones de Dios en la naturaleza. Bajo la dirección del Espíritu divino, estudiaba los rollos de los profetas. De día y noche estudiaba a Cristo; él era su meditación; hasta que su mente, su corazón y su alma estaban llenos de la gloriosa visión.
Contemplaba al Rey en su hermosura, y perdía de vista al yo. Consideraba la majestad de la santidad, y reconocía su incapacidad e indignidad. Debía anunciar el mensaje de Dios. Debía permanecer de pie con el poder y la justicia de Dios. Estaba listo para salir como mensajero del Cielo, impávido frente a los hombres, porque había contemplado al Divino. Podía comparecer sin temor frente a los monarcas terrenales, porque se había inclinado tembloroso ante el Rey de reyes.
Juan proclamó su mensaje sin recurrir a argumentos complicados ni teorías alambicadas. Sorprendente y enérgica, pero llena de esperanza, su voz se oyó en el desierto diciendo: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. 3: 2). Conmovió a la gente con un poder nuevo y extraño. Toda la nación fue sacudida. Multitudes acudían al desierto. . . Y todos, aun los fariseos y los saduceos, los fríos e indiferentes burladores, se retiraban con su burla acallada y el corazón herido por el sentimiento de sus pecados. . .
En esta época, precisamente antes de la segunda venida de Cristo en las nubes del cielo, debe hacerse una obra como la de Juan. Dios llama a hombres para que preparen a un pueblo que permanezca de pie en el gran día del Señor. . . Como pueblo que cree en la pronta venida de Cristo, tenemos un mensaje que dar: "Prepárate para venir al encuentro de tu Dios" (Amós 4: 12). Nuestro mensaje debe ser tan directo como el de Juan. Reprendió a reyes por su iniquidad. Aunque su vida corría peligro, no vaciló en declarar la palabra de Dios. Con la misma fidelidad debemos hacer ahora nuestra obra.
A fin de dar un mensaje como el de Juan, debemos tener una experiencia espiritual semejante a la suya. Debe hacerse en nosotros la misma obra. Debemos contemplar a Dios, y al contemplarlo, perder de vista al yo.*
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