Martyn Lloyd Jones - Buscando donde afirmarse
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Martyn Lloyd Jones - Buscando donde afirmarse
Martyn Lloyd Jones - Buscando donde afirmarse
Si dijera yo: Hablaré como ellos, He aquí, a la generación de tus hijos engañaría.
Hemos visto la conclusión a que arribó el salmista, es decir, que Dios es bueno para con Israel, para con aquellos de limpio corazón, para con aquellos que desean agradarle. Volvemos a mencionar esto, para así descubrir la manera en que el salmista llegó a controlarse, y eventualmente arribar a esa grande y firme fe. Al leer los Salmos, no hay nada más provechoso que analizarlos en la forma en que nos proponemos hacerlo. La tendencia común es leer los Salmos rápidamente y contentarnos medianamente con sus conclusiones generales. Hay muchas personas que usan los Salmos como drogas. Dicen que en tiempo de ansiedad o perplejidad, encuentran que es bueno leer uno de ellos. "Se encuentra tanta paz en ellos", dicen, "y el lenguaje es tan dulce"... El leer: "Jehová es mi pastor", parece tener un efecto psicológico general sobre uno, y nos pone en un agradable estado mental y de paz en el corazón, de ma¬nera que nos quedamos dormidos sin darnos cuenta. Es un buen tratamiento psicológico. Hay quienes así usan los Salmos. Hay otros que los usan como poesía. Les interesa la belleza del lenguaje. El libro de los Salmos contiene todas estas cosas, pero me preocupa demostrar principalmente que son una recitación de experiencias espirituales escritas para nuestro provecho. Nunca encontraremos este provecho si no nos tomamos el trabajo de analizarlos y observar qué es lo que el salmista quiere decirnos. Tenemos que olvidar, por un momento, la belleza del lenguaje y concentrarnos en su contenido. A medida que lo vamos haciendo, descubrire¬mos que el autor tiene un método bien definido.
En este Salmo particular, el autor no llegó a esa posición súbitamente sino después de varias experiencias. Los pasos tomados en el proceso son realmente interesantes, y nos será muy beneficioso descubrir cuáles eran los que llevaron a este hombre desde una posición donde "casi se deslizaron sus pies" a una firme condición de fe inconmo¬vible. Es importantísimo para nosotros saber que existe la disciplina en la vida cristiana. No es suficiente decir, como lo hacen algunos creyentes, que no importa lo que nos pase, con sólo "mirar al Señor" ya está todo solucionado. Afirmo que esto no es verdad, y tampoco es verdad en la experien¬cia de los que lo enseñan. No es una enseñanza escritural. Si hubiese sido así, muchas de estas Escrituras estarían demás, no las necesitaríamos en absoluto. Si sólo tenemos que "mirar al Señor", las epístolas no se habrían escrito, pero están escritas, y fueron escritas por hombres inspira¬dos divinamente. ¿Por qué? La respuesta es que fueron escritas para nuestra instrucción, para enseñarnos a vivir, y que en un sentido nos dicen que existe una disciplina esencial en la vida cristiana.
Una de las más tristes facetas de la vida de algunos cre¬yentes, es que han perdido la visión de este aspecto de la vida cristiana. Es especialmente cierto entre evangélicos, y creo saber la razón por qué. Primero y principalmente hubo una reacción contra la enseñanza de la Iglesia Católica. El sistema de la Iglesia Católica enfatiza una cierta clase de disciplina. Ellos poseen gran cantidad de manuales y escritos sobre el particular. La verdad es que los más famosos enseñadores en esto han sido Católicos Romanos, como por ejemplo, San Bernardo de Clairvaux, o el bien cono¬cido Fénélon, cuyos escritos fueron muy populares en cierta época.
Ahora bien, los protestantes han reaccionado contra esta clase de disciplina, y con toda razón. Ciertamente en la Iglesia Católica el método es más importante que la vida espiritual en sí, y el practicante se convierte en un esclavo del mismo. Como protestantes es correcto que refutemos esto decididamente. Pero está mal deducir, por causa de su abuso, que la disciplina es innecesaria en la vida cristiana.
La verdad es que los grandes períodos del Protestantismo se han caracterizado por la comprensión de esta necesidad de disciplina. Lo que caracterizó más que ninguna otra cosa al gran periodo Puritano fue la actitud y el enfoque que guió a Richard Baxter a escribir su libro: Spiritual Directory (Guía Espiritual). Los Puritanos se cateterizaron por su énfasis en la aplicación de las Escrituras a la vida diaria. En el siglo siguiente vemos que los líderes del Avivamiento Evangélico enfatizaron lo mismo. ¿Por qué los dos herma¬nos Wesley y Whitefield se llamaron metodistas? Porque llevaban una vida metódica. Eran Metodistas porque seguían un método en sus reuniones. Trazaron ciertas reglas, formaron sociedades, y exigieron que todos aquellos que querían formar parte de la Sociedad tuvieran que observar ciertas reglas y dejar de hacer ciertas cosas. El mismo término Metodista lo implica, y enfatiza el conoci¬miento de cierta disciplina, y la importancia de disciplinar la vida de uno, y de saber manejarse en circunstancias y situaciones variadas en este mundo en que vivimos.
Aquí, en este Salmo, tenemos a un gran maestro de esta verdad. La persona que escribió este Salmo tenía un método bien definido, y no podemos hacer mejor cosa que seguirlo. Nos enseña a orientarnos y a saber conducirnos. ¿No es éste uno de los mayores problemas que se nos presentan en la vida a cada uno de nosotros en este mundo? El saber conducirse a sí mismo, ¿no es acaso lo más difícil? ¡Es mucho más fácil conducir a otros! La gran habilidad en la vida cristiana es saber cómo tratarse a sí mismo, especial¬mente en situaciones críticas. Aquí este hombre nos revela su secreto.
Empezaremos entonces, por el primer paso, y es el más humillante de todos. Siento que hay algo maravilloso que él nos quiere decir. Aquí vemos a un hombre que ha experi-mentado grandes bendiciones, y sin embargo, lo primero que le salvó de un gran desastre es realmente sorprendente. Nuestra reacción al descubrir este primer paso, nos servirá como prueba para medir nuestro discernimiento espiritual. ¿Habrá alguno que piensa que esta situación es demasiado humillante para que un creyente se encuentre en ella? Pro¬curemos examinarnos a nosotros mismos a medida que vemos lo que este hombre nos tiene que decir.
Quiero señalar que al comenzar en ese plano tan bajo, no me interesa tanto dónde nos ubicamos y cuan bajo sea nuestro plano, con tal de que estemos afirmados y no resba¬lando. Es mejor estar parado en el peldaño más bajo de la escalera que resbalar del último.
Este hombre comenzó a escalar desde el primer peldaño. ¿Cómo lo hizo? Primeramente estudiaremos el método, exactamente cómo lo hizo, y luego deduciremos ciertos prin¬cipios que podemos establecer como aplicables siempre en cualquier situación en que nos encontremos.
Aquí tenemos a un hombre súbitamente tentado; tentado a decir algo, o si lo prefieren, tentado a hacer algo. La fuerza de la tentación es tan grande que casi pierde el equilibrio. Está a punto de ceder a la tentación pero nos quiere explicar qué es lo que le salvó. Aquí está: "Si dijera yo..." —Estuvo a punto de decirnos algo— "Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría". ¿Qué es entonces lo que él hace? ¿Cuál es su método?
Lo primero que hizo fue controlarse a sí mismo. No creo que se dio cuenta por qué lo hizo, pero lo hizo. Se guardó de decir lo que tenía en la punta de la lengua. Estaba por decirlo, pero no lo dijo. Esto es tremendamente importante. El salmista se dio cuenta de la importancia de no hablar apresurada e impulsivamente. Esto fue lo primero, y es un punto muy general. Es una buena actitud aun para una persona no creyente, y esto es precisamente lo que estoy queriendo sugerir, que hay cosas tan sencillas y generales que tenemos que hacer en relación a nuestra vida espiritual que a primera vista no parecen ser particularmente cris¬tianas. Sin embargo, si nos ayudan, usémoslas.
Hay muchas personas que desean estar siempre, espiritualmente, en la cumbre de la montaña, y es por esta sen¬cilla razón que muchas veces caen al valle. Desechan estos sencillos métodos. No evitan hacer lo que el hombre del Salmo 116 había hecho. Recordemos lo que él nos dice. El se confiesa honestamente: "Dije en mi apresuramiento: todo hombre es mentiroso". Confiesa que lo dijo apresura¬damente, y que fue una equivocación. Este hombre en el Salmo 73 descubrió, aun a punto de resbalar, la importancia de no apresurarse a hablar. Está mal que un cristiano hable o actúe impulsivamente. Si lo queremos en lenguaje del Nuevo Testamento lo tenemos en la Epístola de Santiago, "... todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse” (Stg. 1:19). No voy a desarrollar este tema aquí, pero ¿no es obvio acaso que si todos practicá¬ramos este principio viviríamos más armoniosamente? ¡Cuántos problemas evitaríamos! ¡Cuántos disgustos y mala sangre! ¡Cuantas peleas se evitarían en todos los órdenes de la vida si todos tomáramos en serio este mandato! ... ¡"sea pronto para oír, tardo para hablar”! Detengámonos y pensemos. A toda costa, ¡detengámonos! No actuemos en base a impulsos. El salmista no lo hizo, y fue lo primero que le salvó de no caer.
El próximo paso, evidentemente, fue considerar lo que tenía que decir. El problema lo tenía en la mente, y nadie se lo podía discutir, pues era obvio. Aquí están los impíos; veo su prosperidad, y aquí estoy yo siempre con problemas. Es tan patente. ¿Por qué no decirlo? "No", dice el salmista, "examina el problema nuevamente, y en condiciones como éstas, nunca está de más examinarlo una y otra vez". Empezó a hablarse a sí mismo sobre el problema y ponerlo delante de sí. Lo miró nuevamente. ¡Oh, cuan importante es esto! ¡Cuántas tragedias en este mundo se podrían haber evitado si las personas hubieran echado una nueva mirada! Con respecto a la tentación, cuando nos ataca con todas sus fuerzas y cuando todos los argumentos parecieran pesar de un solo lado, la estrategia para combatir al diablo es insistir en echar una nueva mirada al problema. Y probablemente esa otra mirada nos salvará. El salmista lo miró nuevamente y lo examinó desde distintos puntos de vista.
Por la acción tomada por el salmista nos damos cuenta que él calculó en Ins consecuencias que podía traerle si iba a expresar lo que pensaba. Nuevamente aquí vemos otro principio muy importante. Nada de lo que el hombre haga en esta Tierra quedará sin consecuencias. Todo efecto tiene su causa y toda causa produce un efecto. Muchos de nues-tros problemas se originan porque olvidamos este sencillo principio de que la causa produce un efecto y éste, a su vez, nos lleva a sus inevitables consecuencias. El diablo, en su audacia, nos enlaza haciéndonos creer que lo que nos pasa es un acontecimiento único y aislado. Pone esto delante de nuestros ojos, de tal manera que no podemos ver ni pensar en otra cosa. Nos monopoliza, y no consideramos las consecuencias. El dijo: "Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría". Minucio¬samente consideró y enfrentó las consecuencias.
En la Biblia tenemos muchos ejemplos similares. Uno de los mejores es el de Nehemías. Nehemías se encontró en una situación en que peligraba su vida y un falso amigo le aconsejó diciéndole: ''Tú eres un buen hombre, mira que tu vida estará en peligro si sigues comportándote en la forma en que lo estás haciendo” —". . .esta noche vendrán a matarte”. Le sugirió e insinuó a Nehemías que huyera. Si Nehemías le hubiera prestado atención, el curso de la his¬toria de Israel hubiera tomado otro rumbo. La idea no le disgustó, pero Nehemías se compuso y dijo: "¿Un hombre como yo ha de huir?” Consideró las consecuencias, y desde el momento que las vio no hizo lo que se le había sugerido. Esto es lo que lo salvó al hombre del Salmo 73. Vio las consecuencias e inmediatamente se frenó.
Si dijera yo: Hablaré como ellos, He aquí, a la generación de tus hijos engañaría.
Hemos visto la conclusión a que arribó el salmista, es decir, que Dios es bueno para con Israel, para con aquellos de limpio corazón, para con aquellos que desean agradarle. Volvemos a mencionar esto, para así descubrir la manera en que el salmista llegó a controlarse, y eventualmente arribar a esa grande y firme fe. Al leer los Salmos, no hay nada más provechoso que analizarlos en la forma en que nos proponemos hacerlo. La tendencia común es leer los Salmos rápidamente y contentarnos medianamente con sus conclusiones generales. Hay muchas personas que usan los Salmos como drogas. Dicen que en tiempo de ansiedad o perplejidad, encuentran que es bueno leer uno de ellos. "Se encuentra tanta paz en ellos", dicen, "y el lenguaje es tan dulce"... El leer: "Jehová es mi pastor", parece tener un efecto psicológico general sobre uno, y nos pone en un agradable estado mental y de paz en el corazón, de ma¬nera que nos quedamos dormidos sin darnos cuenta. Es un buen tratamiento psicológico. Hay quienes así usan los Salmos. Hay otros que los usan como poesía. Les interesa la belleza del lenguaje. El libro de los Salmos contiene todas estas cosas, pero me preocupa demostrar principalmente que son una recitación de experiencias espirituales escritas para nuestro provecho. Nunca encontraremos este provecho si no nos tomamos el trabajo de analizarlos y observar qué es lo que el salmista quiere decirnos. Tenemos que olvidar, por un momento, la belleza del lenguaje y concentrarnos en su contenido. A medida que lo vamos haciendo, descubrire¬mos que el autor tiene un método bien definido.
En este Salmo particular, el autor no llegó a esa posición súbitamente sino después de varias experiencias. Los pasos tomados en el proceso son realmente interesantes, y nos será muy beneficioso descubrir cuáles eran los que llevaron a este hombre desde una posición donde "casi se deslizaron sus pies" a una firme condición de fe inconmo¬vible. Es importantísimo para nosotros saber que existe la disciplina en la vida cristiana. No es suficiente decir, como lo hacen algunos creyentes, que no importa lo que nos pase, con sólo "mirar al Señor" ya está todo solucionado. Afirmo que esto no es verdad, y tampoco es verdad en la experien¬cia de los que lo enseñan. No es una enseñanza escritural. Si hubiese sido así, muchas de estas Escrituras estarían demás, no las necesitaríamos en absoluto. Si sólo tenemos que "mirar al Señor", las epístolas no se habrían escrito, pero están escritas, y fueron escritas por hombres inspira¬dos divinamente. ¿Por qué? La respuesta es que fueron escritas para nuestra instrucción, para enseñarnos a vivir, y que en un sentido nos dicen que existe una disciplina esencial en la vida cristiana.
Una de las más tristes facetas de la vida de algunos cre¬yentes, es que han perdido la visión de este aspecto de la vida cristiana. Es especialmente cierto entre evangélicos, y creo saber la razón por qué. Primero y principalmente hubo una reacción contra la enseñanza de la Iglesia Católica. El sistema de la Iglesia Católica enfatiza una cierta clase de disciplina. Ellos poseen gran cantidad de manuales y escritos sobre el particular. La verdad es que los más famosos enseñadores en esto han sido Católicos Romanos, como por ejemplo, San Bernardo de Clairvaux, o el bien cono¬cido Fénélon, cuyos escritos fueron muy populares en cierta época.
Ahora bien, los protestantes han reaccionado contra esta clase de disciplina, y con toda razón. Ciertamente en la Iglesia Católica el método es más importante que la vida espiritual en sí, y el practicante se convierte en un esclavo del mismo. Como protestantes es correcto que refutemos esto decididamente. Pero está mal deducir, por causa de su abuso, que la disciplina es innecesaria en la vida cristiana.
La verdad es que los grandes períodos del Protestantismo se han caracterizado por la comprensión de esta necesidad de disciplina. Lo que caracterizó más que ninguna otra cosa al gran periodo Puritano fue la actitud y el enfoque que guió a Richard Baxter a escribir su libro: Spiritual Directory (Guía Espiritual). Los Puritanos se cateterizaron por su énfasis en la aplicación de las Escrituras a la vida diaria. En el siglo siguiente vemos que los líderes del Avivamiento Evangélico enfatizaron lo mismo. ¿Por qué los dos herma¬nos Wesley y Whitefield se llamaron metodistas? Porque llevaban una vida metódica. Eran Metodistas porque seguían un método en sus reuniones. Trazaron ciertas reglas, formaron sociedades, y exigieron que todos aquellos que querían formar parte de la Sociedad tuvieran que observar ciertas reglas y dejar de hacer ciertas cosas. El mismo término Metodista lo implica, y enfatiza el conoci¬miento de cierta disciplina, y la importancia de disciplinar la vida de uno, y de saber manejarse en circunstancias y situaciones variadas en este mundo en que vivimos.
Aquí, en este Salmo, tenemos a un gran maestro de esta verdad. La persona que escribió este Salmo tenía un método bien definido, y no podemos hacer mejor cosa que seguirlo. Nos enseña a orientarnos y a saber conducirnos. ¿No es éste uno de los mayores problemas que se nos presentan en la vida a cada uno de nosotros en este mundo? El saber conducirse a sí mismo, ¿no es acaso lo más difícil? ¡Es mucho más fácil conducir a otros! La gran habilidad en la vida cristiana es saber cómo tratarse a sí mismo, especial¬mente en situaciones críticas. Aquí este hombre nos revela su secreto.
Empezaremos entonces, por el primer paso, y es el más humillante de todos. Siento que hay algo maravilloso que él nos quiere decir. Aquí vemos a un hombre que ha experi-mentado grandes bendiciones, y sin embargo, lo primero que le salvó de un gran desastre es realmente sorprendente. Nuestra reacción al descubrir este primer paso, nos servirá como prueba para medir nuestro discernimiento espiritual. ¿Habrá alguno que piensa que esta situación es demasiado humillante para que un creyente se encuentre en ella? Pro¬curemos examinarnos a nosotros mismos a medida que vemos lo que este hombre nos tiene que decir.
Quiero señalar que al comenzar en ese plano tan bajo, no me interesa tanto dónde nos ubicamos y cuan bajo sea nuestro plano, con tal de que estemos afirmados y no resba¬lando. Es mejor estar parado en el peldaño más bajo de la escalera que resbalar del último.
Este hombre comenzó a escalar desde el primer peldaño. ¿Cómo lo hizo? Primeramente estudiaremos el método, exactamente cómo lo hizo, y luego deduciremos ciertos prin¬cipios que podemos establecer como aplicables siempre en cualquier situación en que nos encontremos.
Aquí tenemos a un hombre súbitamente tentado; tentado a decir algo, o si lo prefieren, tentado a hacer algo. La fuerza de la tentación es tan grande que casi pierde el equilibrio. Está a punto de ceder a la tentación pero nos quiere explicar qué es lo que le salvó. Aquí está: "Si dijera yo..." —Estuvo a punto de decirnos algo— "Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría". ¿Qué es entonces lo que él hace? ¿Cuál es su método?
Lo primero que hizo fue controlarse a sí mismo. No creo que se dio cuenta por qué lo hizo, pero lo hizo. Se guardó de decir lo que tenía en la punta de la lengua. Estaba por decirlo, pero no lo dijo. Esto es tremendamente importante. El salmista se dio cuenta de la importancia de no hablar apresurada e impulsivamente. Esto fue lo primero, y es un punto muy general. Es una buena actitud aun para una persona no creyente, y esto es precisamente lo que estoy queriendo sugerir, que hay cosas tan sencillas y generales que tenemos que hacer en relación a nuestra vida espiritual que a primera vista no parecen ser particularmente cris¬tianas. Sin embargo, si nos ayudan, usémoslas.
Hay muchas personas que desean estar siempre, espiritualmente, en la cumbre de la montaña, y es por esta sen¬cilla razón que muchas veces caen al valle. Desechan estos sencillos métodos. No evitan hacer lo que el hombre del Salmo 116 había hecho. Recordemos lo que él nos dice. El se confiesa honestamente: "Dije en mi apresuramiento: todo hombre es mentiroso". Confiesa que lo dijo apresura¬damente, y que fue una equivocación. Este hombre en el Salmo 73 descubrió, aun a punto de resbalar, la importancia de no apresurarse a hablar. Está mal que un cristiano hable o actúe impulsivamente. Si lo queremos en lenguaje del Nuevo Testamento lo tenemos en la Epístola de Santiago, "... todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse” (Stg. 1:19). No voy a desarrollar este tema aquí, pero ¿no es obvio acaso que si todos practicá¬ramos este principio viviríamos más armoniosamente? ¡Cuántos problemas evitaríamos! ¡Cuántos disgustos y mala sangre! ¡Cuantas peleas se evitarían en todos los órdenes de la vida si todos tomáramos en serio este mandato! ... ¡"sea pronto para oír, tardo para hablar”! Detengámonos y pensemos. A toda costa, ¡detengámonos! No actuemos en base a impulsos. El salmista no lo hizo, y fue lo primero que le salvó de no caer.
El próximo paso, evidentemente, fue considerar lo que tenía que decir. El problema lo tenía en la mente, y nadie se lo podía discutir, pues era obvio. Aquí están los impíos; veo su prosperidad, y aquí estoy yo siempre con problemas. Es tan patente. ¿Por qué no decirlo? "No", dice el salmista, "examina el problema nuevamente, y en condiciones como éstas, nunca está de más examinarlo una y otra vez". Empezó a hablarse a sí mismo sobre el problema y ponerlo delante de sí. Lo miró nuevamente. ¡Oh, cuan importante es esto! ¡Cuántas tragedias en este mundo se podrían haber evitado si las personas hubieran echado una nueva mirada! Con respecto a la tentación, cuando nos ataca con todas sus fuerzas y cuando todos los argumentos parecieran pesar de un solo lado, la estrategia para combatir al diablo es insistir en echar una nueva mirada al problema. Y probablemente esa otra mirada nos salvará. El salmista lo miró nuevamente y lo examinó desde distintos puntos de vista.
Por la acción tomada por el salmista nos damos cuenta que él calculó en Ins consecuencias que podía traerle si iba a expresar lo que pensaba. Nuevamente aquí vemos otro principio muy importante. Nada de lo que el hombre haga en esta Tierra quedará sin consecuencias. Todo efecto tiene su causa y toda causa produce un efecto. Muchos de nues-tros problemas se originan porque olvidamos este sencillo principio de que la causa produce un efecto y éste, a su vez, nos lleva a sus inevitables consecuencias. El diablo, en su audacia, nos enlaza haciéndonos creer que lo que nos pasa es un acontecimiento único y aislado. Pone esto delante de nuestros ojos, de tal manera que no podemos ver ni pensar en otra cosa. Nos monopoliza, y no consideramos las consecuencias. El dijo: "Si dijera yo: Hablaré como ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría". Minucio¬samente consideró y enfrentó las consecuencias.
En la Biblia tenemos muchos ejemplos similares. Uno de los mejores es el de Nehemías. Nehemías se encontró en una situación en que peligraba su vida y un falso amigo le aconsejó diciéndole: ''Tú eres un buen hombre, mira que tu vida estará en peligro si sigues comportándote en la forma en que lo estás haciendo” —". . .esta noche vendrán a matarte”. Le sugirió e insinuó a Nehemías que huyera. Si Nehemías le hubiera prestado atención, el curso de la his¬toria de Israel hubiera tomado otro rumbo. La idea no le disgustó, pero Nehemías se compuso y dijo: "¿Un hombre como yo ha de huir?” Consideró las consecuencias, y desde el momento que las vio no hizo lo que se le había sugerido. Esto es lo que lo salvó al hombre del Salmo 73. Vio las consecuencias e inmediatamente se frenó.
Re: Martyn Lloyd Jones - Buscando donde afirmarse
Sigamos un paso más adelante. Lo que hizo a continua¬ción fue aferrarse firmemente, a cualquier precio, a lo que estaba seguro. Su problema principal le era muy incierto, no lo podía entender para nada. Aun después de haber reaccionado a tiempo, todavía estaba perplejo y no lo enten¬día. Pero habiendo mirado nuevamente al problema se dio cuenta que si hubiese hablado como estaba tentado a hacerlo, como consecuencia inmediata hubiera causado una ofensa al pueblo de Dios, y por eso se contuvo. Aquí enton¬ces está el principio. El salmista no está tan seguro del trato de Dios con sus hijos. Es un tema que le causa perplejidad. Sin embargo, él sabe perfectamente que está mal ser una piedra de tropiezo o causar ofensa a la generación de los hijos de Dios. El está completamente seguro de esto y así actúa. Podemos darnos cuenta de la estrategia. Cuando nos sentimos confundidos o perplejos, lo que tenemos que hacer es buscar algo en lo cual estemos ciertos y afirmar allí nuestra posición. Puede no ser el tema principal, pero no importa. Este hombre vio las consecuencias de lo que estaba por hacer, y supo ciertamente que estaba mal. Por eso dijo, "no lo voy a decir". El todavía no ve claramente el problema principal, pero sí este punto.
La decisión que tomó el salmista es que tendría que con¬tentarse con no resolver su principal problema por el mo¬mento. Nos dice que todavía no está en claro, y no entiende aún el problema que le sacudió y tentó tan severamente. En realidad no lo entendió hasta que entró en el santuario de Dios. Por esto dejó de resolverlo diciéndose a sí mismo: "Tendré que dejar el problema principal por el momento; no hablaré más de ello, porque si expreso mis pensamientos con palabras, ofenderé a la generación de los hijos de Dios. No puedo hacer eso. Muy bien: me aseguraré de lo que estoy bien cierto, y me contentaré con no entender el otro problema por el momento". Este es su método. Esto es lo que lo salvó; y fue esto lo que le ayudó.
Cuan simple fue su método, y sin embargo, cuan vita¬les son cada uno de sus pasos. Permítaseme presentarlos bajo un número de principios. El primer principio lo pon¬dría como una guía especial, y es que nuestro hablar debe ser siempre esencialmente positivo. Quiero decir que noso¬tros no debemos estar siempre demasiado listos para expre¬sar nuestras dudas y proclamar nuestras incertidumbres. Me he encontrado con hombres que han pasado muchos años de su \ida agonizando por las cosas que han dicho antes de ser cristianos, cosas que han servido para sacudir la fe de otros. Esto es terrible. Recuerdo a un joven que vino a verme algunos años atrás. Era estudiante y fue a la Univer¬sidad basado y creyendo en la fe cristiana. Un profesor en esa Universidad orgulloso de ser incrédulo y que no tenía en sí nada positivo que dar a este joven, lo ridiculizó a él y a su posición, no solamente en clase sino también en privado, riéndose de sus creencias y mofándose de su fe. Puso al joven en una posición desgraciada y penosa. No hay muchas cosas más dañinas que la acción de este profesor, quien no teniendo nada en sí mismo para ofrecer, trató de quitar y destruir la fe del joven, hablando contra ella y des¬preciándola. Esto, por supuesto, fue un malicioso e inten¬cional ataque a la fe de este joven. Pero nosotros también podemos ser Culpables de esto mismo, si bien es posible que no nos demos cuenta de ello. Aunque dudas e incertidum¬bres nos asalten, no debiéramos proclamar nuestras ansieda¬des, ni expresar nuestras incertidumbres (excepto cuando busquemos ayuda) no sea que inconscientemente, también produzcamos el mismo efecto. Si no podemos contribuir con algo positivo, es mejor no decir nada. Eso es lo que hizo este hombre. No lo entendía y estaba a punto de decir algo, pero en cambio pensó: "No lo diré, porque si digo algo, perjudicaré al pueblo de Dios". Digan lo que quieran de este hombre, pero se comportó con dignidad. Si notamos que nuestra fe está flaqueando, procuremos a toda costa comportarnos con dignidad. No dañemos a nadie. Debemos aprender a disciplinarnos y a no comentar nuestras dificul¬tades ni hablar demasiado de nuestras inseguridades. Este hombre calló hasta que se encontró en condiciones de decir: "Dios es siempre bueno para con Israel". Entonces sí tuvo derecho de hablar. Habiendo comenzado con esto, pudo seguir narrando sus dificultades con seguridad.
El siguiente principio es integral, y sus varias partes están recíprocamente relacionadas. Quiero decir que no existe tal cosa como verdad aislada. El salmista comenzó pensando que existía sólo un problema, el problema de la prosperidad de los impíos. Sin embargo, relacionado con esto, había esta otra verdad, la del pueblo de Dios y lo que les estaba suce-diendo. Permítaseme dar otra ilustración para demostrar la importancia de darnos cuenta de este principio: que los varios aspectos de la verdad están recíprocamente relacio¬nados. Muchas personas que tienen una inclinación cientí¬fica entran en dificultades acerca de su fe porque olvidan este principio. Se confrontan con lo que significa la evi¬dencia científica. Lo que les presentan los científicos es un hecho, y el peligro es que aceptarán estas declaraciones defi-nidas como tales, sin darse cuenta de las consecuencias de la aceptación de estas afirmaciones en otras esferas de la verdad. Por ejemplo, yo siempre digo que una de las buenas razones de no aceptar la teoría de la evolución, es que desde el momento que la acepto, tropiezo con problemas y dificul¬tades con la doctrina del pecado, de la fe, y de la expiación. La verdad está recíprocamente relacionada; una cosa afecta a la otra. No nos apresuremos a formar opiniones de una sola realidad o de un conjunto de realidades. Recordemos que nuestra opinión afectará otros factores y otras posicio¬nes. Miremos al problema en todos los aspectos concebibles, teniendo en cuenta no sólo el problema en cuestión, sino también sus consecuencias e implicancias. Procuremos enten¬derlos todos antes de expresar una opinión.
El siguiente principio es que no debemos olvidar nuestra relación los unos con los otros. Lo que detuvo al salmista antes que nada no fue el descubrimiento del trato de Dios consigo mismo, sino la memoria del trato de Dios con los demás. Pienso que esto es maravilloso. Esto es lo que le contuvo de hablar. De esto él estaba seguro y se asió de ello. El Apóstol Pablo lo expresa muy bien en un versículo de Romanos 14, donde dice: ". . .Porque ninguno de noso¬tros vive para sí, y ninguno muere para sí”. Sigue elabo¬rando y al hacerlo analiza el problema del hermano débil. Hace lo mismo en 1Corintios 8 y 10. Lo resume en una frase excelente: "La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro...” (10:29). En otras palabras, tú como cristiano maduro no debes decidir el problema pensando sólo en ti. ¿Qué del hermano débil por quien Cristo murió? No debe¬mos ofender su conciencia. Ninguno "vive para sí"; todos estamos unidos. No si no podemos controlarnos para nuestro propio beneficio, lo tenemos que hacer para el beneficio de otros. Cuando seamos tentados nuevamente; cuando el ene¬migo nos haga olvidar que no somos casos aislados; cuando él nos sugiera que lo que nos sucede nos concierne a nosotros solamente, pensemos en las consecuencias y acordémo¬nos de otras personas, acordémonos de Cristo, acordémonos de Dios. Si tú y yo caemos, no lo tornemos como un caso aislado: toda la Iglesia cae con nosotros. El salmista se dio cuenta que él estaba unido en esta vida a otros creyentes. Digamos a nosotros mismos: Veo que estos otros creyentes estarán implicados. Somos hijos del reino celestial, somos miembro1; individuales, y en particular del Cuerpo de Cristo. ¡No podemos actuar en forma aislada! Si nada nos frena antes de hacer algo mal, recordemos esta verdad, acordémonos de nuestra familia, recordemos a la Iglesia a la que pertenecemos, recordemos su Nombre que está en nuestra frente. Si ninguna otra cosa nos contiene, sea esta verdad la que nos frene, tal como lo contuvo a este hombre.
El siguiente principio es la importancia de tener ciertos valores absolutos en nuestra vida. En otras palabras, debe¬mos reconocer que hay ciertas cosas que son inconcebibles, y que nunca deberíamos hacer. Debemos ocupamos en hacer una lista de ciertas cosas que jamás han de hacerse. Ni siquiera debemos considerarlas. No dudo en afirmar que el gran número de divorcios que existen hoy, se deben al solo hecho de no tomar en cuenta este principio. Quiero decir que cuando dos personas se casan y toman los solem¬nes votos y compromisos delante de Dios y de los hombres, tendrían que poner llave a cierta puerta detrás, la cual nunca deberían ni aun mirar. Sin embargo, no sucede así hoy en día. Pareciera que se casan dejando la puerta de atrás, la cual conduce a la vida separada, bien abierta. Miran hacia atrás y albergan el pensamiento de separación del matrimonio, aun antes de hacer los votos. Es por esto que hay tantos hogares destruidos hoy en día. Hombres y mujeres por igual han abandonado los principios absolutos.
En un tiempo esto era inconcebible y tendría que ser siempre así. Hay ciertas cosas que los cristianos, tanto hom¬bres como mujeres deberían establecer como principios irrevocables, y nunca más reconsiderarlos. El salmista tenía un principio y quizá en ese momento, su único, pero a este único principio se afirmó. Se dijo: "Nunca más diré otra cosa que incomode al hermano. No interesa cuánto me falte para entender; uno de mis principios es éste, que nunca más dañare a mi hermano". Se aferró a esto con firmeza, y eventualmente comenzó a entender sus propias perplejida¬des. Procuremos tener nuestros principios bien establecidos, procuremos afirmar ciertas cosas irrevocablemente. Que los jóvenes especialmente —aunque esto no se aplique más a ellos que a otros, sin embargo mientras sean jóvenes y no sean culpables aún de estas cosas-— afirmen sus principios. Si no pueden ser de ayuda, no digan nada. Nunca ocasionen daño a la causa de Dios, ni a su familia espiritual.
El último principio es la importancia de recordar quiénes somos. En un sentido ya hemos cubierto este aspecto, pero tú y yo somos personas llamadas por Dios para salir fuera de este presente siglo malo. Hemos sido comprados con la sangre derramada por el Unigénito Hijo de Dios en una Cruz del Monte Calvario, no solamente para ser perdonados e ir al cielo, sino también para que seamos librados de todo pecado e iniquidad, "y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). El hizo esto y consti¬tuye nuestro derecho. Recordémoslo entonces, y cuando nos vengan perplejidades, o cualquier otra cosa que nos haga sacudir analicémoslo a la luz de esto. Aunque no lo enten¬damos, tenemos que decir en ese momento: "No me importa y me conformo con no entenderlo. Todo lo que sé, es que soy hijo de Dios, comprado con la sangre de Cristo; hay ciertas cosas que no puedo hacer, y ésta es una de ellas, por lo tanto no la haré; cualquiera sea la consecuencia, me quedaré firme".
Estas son, entonces, mis conclusiones. No interesa en qué nivel nos encontremos luchando contra este enemigo de nuestras almas. No interesa cuan primario es el nivel, con tal de que estemos firmes. Como dije al principio, el sal¬mista se afirmó a un nivel muy básico. El simplemente se afirmó en el principio: "Si hago esto, dañaré a estas perso¬nas". No podía haberse afirmado en un nivel más elemental que éste. Siempre y cuando encontremos algo en que nos podamos afirmar, usémoslo como base. No despreciemos "el día de las cosas pequeñas". No pensemos que somos tan espirituales que no podemos afirmarnos en ese nivel tan elemental. Si así pensamos, entonces caeremos. Afirmémo¬nos en cualquier punto que podamos. Sostengámonos aun en lo negativo —quiero decir con esto, que a lo mejor somos capaces de decir solamente: "No puedo hacer eso". Afir¬mémonos en esto. Porque es así: cuando nuestros pies están resbalando, lo que necesitamos es poder afirmarnos. Deje¬mos de resbalar y deslizamos. Afirmemos' nuestros pies por un momento y aferrémonos a cualquier cosa que nos sirva para tal fin; afirmémonos en ello y quedémonos allí. Esta¬mos ocupados en escalar una montaña espiritual. Las pen¬dientes son como vidrio, y podemos resbalar y caer en esta terrible hondonada, y perdernos. Digo entonces que si vemos algo, aunque sea una pequeña rama, tomémosla y aferrémo¬nos a ella; pongamos nuestro pie en el descanso que encon¬tremos, aunque sea pequeño, o en el más precario borde, en cualquier cosa que nos haga afirmar y nos permita dete¬nernos por un momento. Cuando hayamos terminado de resbalar y escurrirnos, entonces podremos comenzar a escalar de nuevo.
Es porque el salmista encontró este pequeño descanso, afirmó sus pies sobre él, que dejó de resbalar. Desde ese momento comenzó a escalar hasta que eventualmente pudo regocijarse nuevamente en el conocimiento de Dios y aun superar el problema que lo anonadaba y pudo decir: "Dios es siempre bueno para con Israel". ¡Que tonto he sido!
La decisión que tomó el salmista es que tendría que con¬tentarse con no resolver su principal problema por el mo¬mento. Nos dice que todavía no está en claro, y no entiende aún el problema que le sacudió y tentó tan severamente. En realidad no lo entendió hasta que entró en el santuario de Dios. Por esto dejó de resolverlo diciéndose a sí mismo: "Tendré que dejar el problema principal por el momento; no hablaré más de ello, porque si expreso mis pensamientos con palabras, ofenderé a la generación de los hijos de Dios. No puedo hacer eso. Muy bien: me aseguraré de lo que estoy bien cierto, y me contentaré con no entender el otro problema por el momento". Este es su método. Esto es lo que lo salvó; y fue esto lo que le ayudó.
Cuan simple fue su método, y sin embargo, cuan vita¬les son cada uno de sus pasos. Permítaseme presentarlos bajo un número de principios. El primer principio lo pon¬dría como una guía especial, y es que nuestro hablar debe ser siempre esencialmente positivo. Quiero decir que noso¬tros no debemos estar siempre demasiado listos para expre¬sar nuestras dudas y proclamar nuestras incertidumbres. Me he encontrado con hombres que han pasado muchos años de su \ida agonizando por las cosas que han dicho antes de ser cristianos, cosas que han servido para sacudir la fe de otros. Esto es terrible. Recuerdo a un joven que vino a verme algunos años atrás. Era estudiante y fue a la Univer¬sidad basado y creyendo en la fe cristiana. Un profesor en esa Universidad orgulloso de ser incrédulo y que no tenía en sí nada positivo que dar a este joven, lo ridiculizó a él y a su posición, no solamente en clase sino también en privado, riéndose de sus creencias y mofándose de su fe. Puso al joven en una posición desgraciada y penosa. No hay muchas cosas más dañinas que la acción de este profesor, quien no teniendo nada en sí mismo para ofrecer, trató de quitar y destruir la fe del joven, hablando contra ella y des¬preciándola. Esto, por supuesto, fue un malicioso e inten¬cional ataque a la fe de este joven. Pero nosotros también podemos ser Culpables de esto mismo, si bien es posible que no nos demos cuenta de ello. Aunque dudas e incertidum¬bres nos asalten, no debiéramos proclamar nuestras ansieda¬des, ni expresar nuestras incertidumbres (excepto cuando busquemos ayuda) no sea que inconscientemente, también produzcamos el mismo efecto. Si no podemos contribuir con algo positivo, es mejor no decir nada. Eso es lo que hizo este hombre. No lo entendía y estaba a punto de decir algo, pero en cambio pensó: "No lo diré, porque si digo algo, perjudicaré al pueblo de Dios". Digan lo que quieran de este hombre, pero se comportó con dignidad. Si notamos que nuestra fe está flaqueando, procuremos a toda costa comportarnos con dignidad. No dañemos a nadie. Debemos aprender a disciplinarnos y a no comentar nuestras dificul¬tades ni hablar demasiado de nuestras inseguridades. Este hombre calló hasta que se encontró en condiciones de decir: "Dios es siempre bueno para con Israel". Entonces sí tuvo derecho de hablar. Habiendo comenzado con esto, pudo seguir narrando sus dificultades con seguridad.
El siguiente principio es integral, y sus varias partes están recíprocamente relacionadas. Quiero decir que no existe tal cosa como verdad aislada. El salmista comenzó pensando que existía sólo un problema, el problema de la prosperidad de los impíos. Sin embargo, relacionado con esto, había esta otra verdad, la del pueblo de Dios y lo que les estaba suce-diendo. Permítaseme dar otra ilustración para demostrar la importancia de darnos cuenta de este principio: que los varios aspectos de la verdad están recíprocamente relacio¬nados. Muchas personas que tienen una inclinación cientí¬fica entran en dificultades acerca de su fe porque olvidan este principio. Se confrontan con lo que significa la evi¬dencia científica. Lo que les presentan los científicos es un hecho, y el peligro es que aceptarán estas declaraciones defi-nidas como tales, sin darse cuenta de las consecuencias de la aceptación de estas afirmaciones en otras esferas de la verdad. Por ejemplo, yo siempre digo que una de las buenas razones de no aceptar la teoría de la evolución, es que desde el momento que la acepto, tropiezo con problemas y dificul¬tades con la doctrina del pecado, de la fe, y de la expiación. La verdad está recíprocamente relacionada; una cosa afecta a la otra. No nos apresuremos a formar opiniones de una sola realidad o de un conjunto de realidades. Recordemos que nuestra opinión afectará otros factores y otras posicio¬nes. Miremos al problema en todos los aspectos concebibles, teniendo en cuenta no sólo el problema en cuestión, sino también sus consecuencias e implicancias. Procuremos enten¬derlos todos antes de expresar una opinión.
El siguiente principio es que no debemos olvidar nuestra relación los unos con los otros. Lo que detuvo al salmista antes que nada no fue el descubrimiento del trato de Dios consigo mismo, sino la memoria del trato de Dios con los demás. Pienso que esto es maravilloso. Esto es lo que le contuvo de hablar. De esto él estaba seguro y se asió de ello. El Apóstol Pablo lo expresa muy bien en un versículo de Romanos 14, donde dice: ". . .Porque ninguno de noso¬tros vive para sí, y ninguno muere para sí”. Sigue elabo¬rando y al hacerlo analiza el problema del hermano débil. Hace lo mismo en 1Corintios 8 y 10. Lo resume en una frase excelente: "La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro...” (10:29). En otras palabras, tú como cristiano maduro no debes decidir el problema pensando sólo en ti. ¿Qué del hermano débil por quien Cristo murió? No debe¬mos ofender su conciencia. Ninguno "vive para sí"; todos estamos unidos. No si no podemos controlarnos para nuestro propio beneficio, lo tenemos que hacer para el beneficio de otros. Cuando seamos tentados nuevamente; cuando el ene¬migo nos haga olvidar que no somos casos aislados; cuando él nos sugiera que lo que nos sucede nos concierne a nosotros solamente, pensemos en las consecuencias y acordémo¬nos de otras personas, acordémonos de Cristo, acordémonos de Dios. Si tú y yo caemos, no lo tornemos como un caso aislado: toda la Iglesia cae con nosotros. El salmista se dio cuenta que él estaba unido en esta vida a otros creyentes. Digamos a nosotros mismos: Veo que estos otros creyentes estarán implicados. Somos hijos del reino celestial, somos miembro1; individuales, y en particular del Cuerpo de Cristo. ¡No podemos actuar en forma aislada! Si nada nos frena antes de hacer algo mal, recordemos esta verdad, acordémonos de nuestra familia, recordemos a la Iglesia a la que pertenecemos, recordemos su Nombre que está en nuestra frente. Si ninguna otra cosa nos contiene, sea esta verdad la que nos frene, tal como lo contuvo a este hombre.
El siguiente principio es la importancia de tener ciertos valores absolutos en nuestra vida. En otras palabras, debe¬mos reconocer que hay ciertas cosas que son inconcebibles, y que nunca deberíamos hacer. Debemos ocupamos en hacer una lista de ciertas cosas que jamás han de hacerse. Ni siquiera debemos considerarlas. No dudo en afirmar que el gran número de divorcios que existen hoy, se deben al solo hecho de no tomar en cuenta este principio. Quiero decir que cuando dos personas se casan y toman los solem¬nes votos y compromisos delante de Dios y de los hombres, tendrían que poner llave a cierta puerta detrás, la cual nunca deberían ni aun mirar. Sin embargo, no sucede así hoy en día. Pareciera que se casan dejando la puerta de atrás, la cual conduce a la vida separada, bien abierta. Miran hacia atrás y albergan el pensamiento de separación del matrimonio, aun antes de hacer los votos. Es por esto que hay tantos hogares destruidos hoy en día. Hombres y mujeres por igual han abandonado los principios absolutos.
En un tiempo esto era inconcebible y tendría que ser siempre así. Hay ciertas cosas que los cristianos, tanto hom¬bres como mujeres deberían establecer como principios irrevocables, y nunca más reconsiderarlos. El salmista tenía un principio y quizá en ese momento, su único, pero a este único principio se afirmó. Se dijo: "Nunca más diré otra cosa que incomode al hermano. No interesa cuánto me falte para entender; uno de mis principios es éste, que nunca más dañare a mi hermano". Se aferró a esto con firmeza, y eventualmente comenzó a entender sus propias perplejida¬des. Procuremos tener nuestros principios bien establecidos, procuremos afirmar ciertas cosas irrevocablemente. Que los jóvenes especialmente —aunque esto no se aplique más a ellos que a otros, sin embargo mientras sean jóvenes y no sean culpables aún de estas cosas-— afirmen sus principios. Si no pueden ser de ayuda, no digan nada. Nunca ocasionen daño a la causa de Dios, ni a su familia espiritual.
El último principio es la importancia de recordar quiénes somos. En un sentido ya hemos cubierto este aspecto, pero tú y yo somos personas llamadas por Dios para salir fuera de este presente siglo malo. Hemos sido comprados con la sangre derramada por el Unigénito Hijo de Dios en una Cruz del Monte Calvario, no solamente para ser perdonados e ir al cielo, sino también para que seamos librados de todo pecado e iniquidad, "y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). El hizo esto y consti¬tuye nuestro derecho. Recordémoslo entonces, y cuando nos vengan perplejidades, o cualquier otra cosa que nos haga sacudir analicémoslo a la luz de esto. Aunque no lo enten¬damos, tenemos que decir en ese momento: "No me importa y me conformo con no entenderlo. Todo lo que sé, es que soy hijo de Dios, comprado con la sangre de Cristo; hay ciertas cosas que no puedo hacer, y ésta es una de ellas, por lo tanto no la haré; cualquiera sea la consecuencia, me quedaré firme".
Estas son, entonces, mis conclusiones. No interesa en qué nivel nos encontremos luchando contra este enemigo de nuestras almas. No interesa cuan primario es el nivel, con tal de que estemos firmes. Como dije al principio, el sal¬mista se afirmó a un nivel muy básico. El simplemente se afirmó en el principio: "Si hago esto, dañaré a estas perso¬nas". No podía haberse afirmado en un nivel más elemental que éste. Siempre y cuando encontremos algo en que nos podamos afirmar, usémoslo como base. No despreciemos "el día de las cosas pequeñas". No pensemos que somos tan espirituales que no podemos afirmarnos en ese nivel tan elemental. Si así pensamos, entonces caeremos. Afirmémo¬nos en cualquier punto que podamos. Sostengámonos aun en lo negativo —quiero decir con esto, que a lo mejor somos capaces de decir solamente: "No puedo hacer eso". Afir¬mémonos en esto. Porque es así: cuando nuestros pies están resbalando, lo que necesitamos es poder afirmarnos. Deje¬mos de resbalar y deslizamos. Afirmemos' nuestros pies por un momento y aferrémonos a cualquier cosa que nos sirva para tal fin; afirmémonos en ello y quedémonos allí. Esta¬mos ocupados en escalar una montaña espiritual. Las pen¬dientes son como vidrio, y podemos resbalar y caer en esta terrible hondonada, y perdernos. Digo entonces que si vemos algo, aunque sea una pequeña rama, tomémosla y aferrémo¬nos a ella; pongamos nuestro pie en el descanso que encon¬tremos, aunque sea pequeño, o en el más precario borde, en cualquier cosa que nos haga afirmar y nos permita dete¬nernos por un momento. Cuando hayamos terminado de resbalar y escurrirnos, entonces podremos comenzar a escalar de nuevo.
Es porque el salmista encontró este pequeño descanso, afirmó sus pies sobre él, que dejó de resbalar. Desde ese momento comenzó a escalar hasta que eventualmente pudo regocijarse nuevamente en el conocimiento de Dios y aun superar el problema que lo anonadaba y pudo decir: "Dios es siempre bueno para con Israel". ¡Que tonto he sido!
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