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F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad

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Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:23 pm

F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad
Este estudio es preparado con un propósito, y ese propósito es enseñar cómo entrar en la vida victoriosa sobre los dominantes problemas que tan persistentemente estropean la experiencia de la humanidad hoy.
Este no es un estudio para decir lo que Usted debe hacer. Hay poca necesidad para eso, porque la persona común y corriente. a menos que esté desprovista de cualquier ambición para ser un mejor in-dividuo de lo que es, ya sabe lo que quiere ser y se empeña en lograr el objetivo. Si el lector es un miembro de una iglesia con altos ideales y normas, entonces la realización de lo que uno debe ser es aún más clara. No sólo es la realización más clara, sino que la demanda en 1 a persona misma para ejecutarla es más urgente.
La pregunta es: ¿cómo puedo yo lograr aquello que dentro de mi conocimiento sé que es recto y lo cual deseo por encima de todo realizarlo? Esa es la pregunta y hay miles de personas hoy, quienes están presionadas con esta pregunta y buscan la respuesta allí.
Si Usted es tal persona, entonces este estudio es para Usted. Es escrito, no de la simple teoría de uno quien, desde un sofá, ha especulado sobre un camino de victoria que parece a su mente ser la mane-ra, sino por uno que habiendo buscado con intensa diligencia alcanzar los más altos ideales de la vida cristiana, finalmente encontró la senda misma de la liberación de la esclavitud de su propia perversa naturaleza. Por tanto es un probado proceder lo que es presentado aquí. No solamente es un experimenta-do procedimiento, sino es también el proceder de la Escritura. Además es un procedimiento que, cuan-do es presentado a las almas en conflicto ha demostrado ser efectivo en sus experiencias como en la del autor de esta publicación.
Es en respuesta a la insistente urgencia de aquellos que, siguien¬do el rumbo establecido en esta publicación y habiendo hallado por sí mismos la solución para esta vida, que este estudio va a la im-prenta. La oración del autor es porque éste logre en Usted lo que ha hecho por nosotros.


Última edición por PREDICADOR el Lun Mar 12, 2012 10:39 pm, editado 1 vez
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F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad Empty Re: F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad

Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:26 pm


El Problema

Todo el mundo sabe hoy que hay profundos problemas por los cuales los hombres indagan con intensivo propósito por su soluci6n. Pero hay solamente un lugar donde la solución puede ser hallada, y es en la Palabra viviente de Dios. Hay una buena razón para esto, por¬que, cuando el apóstol Pedro y Juan estaban en pie delante de sus perseguidores judíos, hablaron en relación a Cristo Jesús con estas palabras: “Y en ningún otro hay salvaci6n; porque no hay otro nombre bajo del cielo, dado a los hom-bres, en el que podamos ser sal¬vos" (Hechos 4:12).
Por lo tanto, no es el sicólogo, el médico, el científico, el sociólogo o cualquier otro a quien noso-tros podamos ir para la salvación de los problemas. Hay sólo un sitio, y ese es la Palabra de Dios en donde está revelado el poder salvador de Cristo Jesús, y la manera en la cual ese poder salvador puede ser nuestro, personal y efectivo.
En esa Palabra nosotros tenemos el conmovedor testimonio de uno que conoci6 por sí mismo el poder salvador de esa palabra, y conociéndolo declara: »Porque no me avergüenzo del evangelio, por-que es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío prime¬ramente, y también al griego« (Rom. 1:16).
Hubo una buena raz6n por la que no se avergonz6 Pablo del evangelio de Cristo Jesús, una por la que fue feliz y pronto en com¬partirla y fue “porque es poder de Dios”.
Piense de todo lo que Pablo podría haber declarado sobre lo que el evangelio es. El podría haberlo nombrado como una teoría, un ar¬gumento, buenas nuevas o cosa semejante. Pero él no uso ninguna de estas definiciones. El evangelio »es el poder de Dios« él proclam6. Pa¬ra Pablo era un poder, pero no un poder cualquiera. Es el poder de Dios.

Es esencialmente justo que al comienzo de este estudio nosotros comprendamos lo que el evange-lio realmente es. Nosotros deberíamos alabar la fuerza y la majestad de ese poder. Por el poder de Dios hablado, los cielos y la tierra vinieron a la existencia. No hay tiempo ni lugar aquí para comentar algo de los hechos de la astrono¬mía con relaci6n a la inmensidad del espacio. Si lo pudiéramos hacer, entonces algo del tremendo poder el cual es el poder de Dios, comenzaría a alumbrar en nuestras mentes.
Este mismo poder hablado por el cual los mundos vinieron a la existencia, es el evangelio. Es el poder que antiguamente habiendo si¬do dedicado al trabajo de llamar a la creación a la existencia, es ahora destinado a nuestra salvación, porque declara la Palabra de Dios por medio de Pablo, “es poder de Dios para salvación”.
El texto específicamente no dice de qué el evangelio nos salva. Pero ¿hay necesidad de decir es-to? Ya en las Escrituras ha sido muy bien declarado. Cuando el ángel de] Señor vino a José, el esposo de María, la madre de Jesús, para anunciar el nacimiento, él dijo: »Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados« (Mat. 1:21).
La Escritura es para ser comparada con la Escritura. Una verdad una vez establecida en la Palabra de Dios no necesita ser repetida otra vez con las mismas palabras. Jesús es el corazón del evangelio y el po¬der del evangelio. Por tanto si Jesús vino para salvar a su pueblo de sus pecados, entonces cuando Pablo nos dice que el evangelio es el poder de Dios para salvación, es claro que es salvación del pecado.
Cuando tal tremendo poder, que no puede ser comparado con otro, es dedicado a la salvación de cada ser humano de sus pecados, entonces ¿cómo puede existir excusa para el pecado en la vida de cualquier persona sobre la faz de la tierra? No hay excusa. Las masas por supuesto están desinteresadas acerca del problema del pecado. Ellos viven el modo de vida que desean vivir, el Señor da la perfecta libertad para hacerlo así como ellos lo desean. Pero ellos son cul¬pables, y, a causa de ser tenidos culpa-bles segarán los resultados de su propio curso de acción.
Pero aquellos que se esfuerzan por ajustarse al patrón divino y vienen al sitio donde tendrán amor y gozo como la corriente natural de sus experiencias, pueden conocer el tremendo poder de Dios que está disponible por medio de Cristo Jesús a la salvación de e.11os y sus pecados. Por lo tanto, Usted no necesita pecar. Usted puede vivir una vida de perfecta victoria sobre cada pecado si desea y cree en ese po¬der salvador de Dios. El evangelio es para todos. ara todos, pero el evangelio no es poder de Dios pa-ra todos.
“Es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente y también al griego”. Solamente para el creyente es el evangelio el poder de Dios para salvación del pecado. Para el resto no es sino una teoría, una doctrina, etc. Para el creyente sólo es el poder de Dios.
En el siguiente versículo Pablo prosigue diciendo los resultados el poder del evangelio: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: mas el justo por la fe vi-virá”. Rom. 1:17).
En el evangelio la justicia de Dios en sí misma es revelada. Consideremos el énfasis del término “revelar”. Significa que la justicia de los es mostrada de modo que es claramente vista por el observa-dor. Pero ¿dónde está el evangelio de Cristo revelado sino en la vida de quienes el evangelio se ha con-vertido en una agencia de trabajo? No ay otro lugar sino ese. En la vida misma de Cristo cuando El es-tuvo n la tierra, el evangelio era el poder de Dios. Este poder lo salvó a El de incurrir en pecado todos los días mientras estuvo en la tierra. En esa vida la justicia de Dios fue revelada de fe en fe. Cristo es el ejemplo e lo que nosotros debemos ser. “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo pade-ció por nosotros dejándonos ejemplo, ara que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21). Exactamente, entonces, como la justicia de Dios a través del poder del evangelio fue revelada en la vida de Cristo día tras día, así, debe ser revelada en la vida de to¬dos sus seguidores hoy.
La vida de Cristo mientras Él estuvo en esta tierra, fue la revela¬ción para nosotros de lo que Dios indica que nuestras vidas deben ser. Así como todos y cada uno de los hijos profesos de Dios mire a esa vi¬da, y vea allí la continua corriente de amor, misericordia, gracia, pa¬ciencia y otras virtudes cristianas, él muy naturalmente desea copiar el ideal. Pero una vida de fracasos o de frustraciones en el pasado ¡rehabilita el juicio para que esto pueda ser alguna vez posible. Pero desde el mismo comienzo de este estudio, es importante notar que la fe se aferra de la gran verdad que el evangelio es el poder de Dios para salvación del pecado, a fin de que en la vida de cada verdadero cre¬yente, la misma justicia de Dios pueda ser revelada de fe en fe. ¡Estupenda a esperanza del magnifico logro personal por el poder de Cristo Jesús nuestro Salvador.
Esto, entonces, es el evangelio. Es el poder que Jesús usó para cumplir su cometido de tomar al hombre pecador, corrupto, contami¬nado, lleno de defectos, corruptas suposiciones, odio y todos los fru-tos de la naturaleza perversa, expeler todo aquello y llenarlo de amor, de gozo, de paz, de amabilidad, de mansedumbre, de paciencia, y de todo fruto del Espíritu, a fin de que la misma justicia de Dios sea revelada en su vida. Esto es el evangelio y nada más que eso, no menos que esto puede ser el evangelio de Cristo Jesús.
Pero ¿ es esta la experiencia del cristiano común y corriente hoy? Para hallar la respuesta, permita que el siguiente experimento sirva de guía.
Venga el cristiano común y corriente, sin tener en cuenta a la iglesia a la cual él pertenece y for-mule la simple pregunta, “dígame honestamente, ¿Usted comete pecado diariamente?”
Si la persona es verdadera y honesta, invariablemente la respuesta es “sí, yo debo decir que lo cometo”. Por tan honesta y verda¬dera respuesta, nosotros tenemos que elogiar a tal persona.
Ahora, sigamos con la siguiente pregunta. “Cuando comete ese pecado y siente el peso de la cul-pabilidad por haberlo cometido, ento¬nces ¿qué hace Usted?”
En respuesta dirá, “Yo confieso mi pecado y le pido a Dios que me perdone y me ayude para no volverlo hacer”.
Una vez más y la respuesta es verdadera y honesta, felicitamos a la persona por esto. Pero ahora nosotros proseguimos y lo interrogamos dando un paso más. “Ahora cuando Usted ha confesado su pe-cado, y ha pedido perdón y la ayuda para no volverlo a cometer una vez más, ¿qué sucede ahora? ¿Siente que ese pecado llega a ser una cosa del pasado o es la misma cosa persistente en su camino co-mo antes? En otras palabras, ¿Usted halla que comete el mismo peca¬do repetidas veces?”
A este punto una mirada de asombro aparece en la persona que está siendo interrogada como si quisiera decir, “¿Por qué se formula tan necias preguntas? Por supuesto el mismo pecado está allí. Yo soy todavía un ser humano, y siempre tengo que batallar contra la misma cosa. Yo cometo el pecado vez tras vez, y tengo que confesarlo repeti¬das veces".
¿Puede tal experiencia ser llamada liberación del pecado? La respuesta inequívoca es NO. Esta es una experiencia de pecar y con¬fesar, de pecar y confesar, de pecar y confesar.
Piense en su propia experiencia pasada. Piense del principal pe¬cado persistente en su vida. Piense cómo Usted lo ha cometido, cómo le dei6 el remordimiento, cómo buscó al Señor para el perdón y dili-gentemente suplicó la ayuda para que lo salvara de volverlo a come¬ter otra vez, y entonces halló que lo volvía a cometer vez tras vez. No hay verdad con Usted a menos que sea uno quien habiendo descu-bierto y empleado el camino de la liberación del pecado, el mismo pe¬cado que era en Usted el mayor problema diez años atrás, permanece en su vida todavía.
Si con toda honestidad reconoce que esto es así, entonces ha da¬do uno de los primeros e importan-tes pasos hacia la realización de la libertad de esta situación. No es la voluntad del Señor que Usted fuera así, y no será así en la experiencia de cualquiera que como creyente, conoció el evangelio como el poder de Dios para salvación.
Hoy hay una vasta diferencia de las creencias doctrinales entre todas las diferentes iglesias deno-minacionales. Cada una reclama que porque cree a ciertas doctrinas, en su aceptación está el camino de la salvación. Pero el hecho real es, que no importa cuán correcta la doctrina pueda ser, si uno no en-tiende ni experimenta el poder del evangelio, todavía continúa siendo un perdido como si nunca hubiera creído. Uno puede tener una diferente teoría de religión, pero esto no necesariamente va a traer sal-vación.
Lo que importa es lo que la religión hace en la persona. Esto es el resultado final de cuentas. Si el evangelio en el cual nosotros creemos ha hecho menos de lo que el evangelio de Cristo Jesús hace, en-tonces ese evangelio es falso y no es el real.
Solo aquellos que tienen una victoria personal sobre el pecado, que conocen por sí mismos lo que significa ser salvo de los pecados, y que ven un crecimiento espiritual en sus vidas, tienen el evangelio de Cristo y, por tanto, pueden predicar el evangelio de Jesús. Nadie puede predicar lo que no conoce. Solamente un hombre justo delante de Dios puede ser un maestro de justicia.
Lo que tiene que ser reconocido hasta aquí, es que el trabajo de salvación involucro nuestra sabia cooperación. Hay un trabajo que el Señor hace, y un trabajo que nosotros debemos hacer. Dios conoce perfectamente cuál es su parte y está listo para realizarla en todo tiem¬po y en todo lugar. El problema es que los hombres no entienden cuál ,es la parte que les corresponde hacer y así hacen imposible de que Dios realice su parte.
Que nosotros tengamos una parte que realizar es un hecho claro en las siguientes palabras de Cristo: »Y conoceréis la verdad, y la ver¬dad os hará libres« (Juan 8:32).
El verdadero propósito de este estudio es hacer clara la verdad que nosotros hemos de conocer, y la cual nos hará libres. Sin necesi¬dad de más discusión para conocerla, nos trasladamos directamente al estudio de ese conocimiento en el más claro y simple lenguaje que nos sea posible.
La experiencia y la verdad de la palabra de Dios ha demostrado que la primera pregunta que debe ser formulada y contestada es ésta, “¿qué es pecado?” Sea enfatizado que la pregunta no es “¿qué son los pecados?” Sino, “¿qué es pecado?” A la primera pregunta rápida¬mente responderíamos, asesinato, mentira, hurto, etc. Pero la res¬puesta a la última pregunta es algo más. No hay mucho que decir, que si esta pregunta no puede ser respondida exactamente, entonces no será posible hallar el camino de la li-beración del pecado porque para nosotros poder primero comprender el problema que ha de ser resuelto, antes tenemos que comprender la solución de él.
Con todo la persona común y corriente confía plenamente que comprende la respuesta a esta pre-gunta. Tal como es formulada él la responde rápidamente con las palabras de la Escritura, “Pues el pe-cado es infracción de la ley”.
Esta es una respuesta Bíblica, por lo tanto, ha de ser correcta co¬mo definición de lo que es peca-do, hecha para nosotros entender to¬do aquello que verdaderamente el texto está diciendo. La palabra “infracci6n” transporta la mente de la persona a la idea de acción. Así, la comprensión común a este versículo es que el pecado es una ac¬ción ejecutada equivocadamente. A causa de estas acciones erró-ne¬as, la condición del transgresor delante de Dios es una culpa de condenación, mientras que el reme-dio divino para esto es el perdón. Esto puede ser expresado de la siguiente manera.

DEFINICIONCONDICIONREMEDIO
AcciónCulpabilidad Perdón

A este punto no hay dificultad para mostrar la importancia de en¬tender la respuesta a la pregunta “¿Qué es pecado?” Para hacerlo así, sólo hemos formulado varias preguntas.
La primera de éstas es “¿Podrá alguien alguna vez obtener el per¬dón si él no lo pide?” La res-puesta es NO.
“¿Pedirá alguien perdón si no tiene un sentido de culpabilidad?” La respuesta es NO.
“¿Puede alguien tener un sentido de culpabilidad si él no sabe que lo que está haciendo es peca-do?” Una vez más la respuesta tiene que ser NO.
Por lo tanto, una persona debe conocer qué acciones son peca¬minosas, a fin de que pueda tener un sentido de culpabilidad tal que lo conduzca a buscar el perdón de ello. De este modo la pregunta tiene que ser formulada y reconocida como elemento vital de conoci¬miento para quienes obtendrán el re-medio para el pecado.
Pero la pregunta tal como ha sido respondida hasta aquí, no lo es con suficiente eficacia como pa-ra ser garantía de la salvación del pecado. Pecado es mucho más de lo que nosotros hacemos. Lo que hacemos es solamente el fruto de lo que somos. Además de esta defi¬nici6n de lo que el pecado es, es un conocimiento esencial para ser hechos libres de su poder.
El Maestro estuvo comprometido en una discusión con los fari¬seos y otros quienes por lo que sostenían, El presentó ante ellos una clara definición de lo que es el pecado. Para ellos El dijo: “Y co-noceréis la verdad y la verdad os hará libres”.
Estos hombres revelaron su ignorancia de los principios básicos del problema del pecado por sus respuestas: “Linaje de Abrahán so¬mos, y jamás hemos sido esclavos de nadie, ¿cómo dices tú: seréis li-bres?”
Ahora , en la respuesta de Cristo, tenemos una completa defini¬ci6n de lo que es el pecado': “De cierto. de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado”. (Juan 8:32-34).
Aquí el pecado es identificado, no como una acción, sino, como un amo, porque si el pecador es siervo del pecado, el pecado tiene que ser el amo del pecador. Para ser tal amo, el pecado tiene que ser un poder, porque nadie puede gobernar como amo si no tiene poder para gobernar como tal, especial-mente cuando los siervos no desean rendir obediencia a ese poder.
El pecado es un esclavizador, no un amo quien recibe servicio de amor de sus siervos, sino uno que obliga a sus siervos a rendirle obe¬diencia. De este modo nosotros debemos pensar del pecado como siendo un esclavizador. En realidad la palabra griega original de la cual la palabra “siervo” es traducida, fue la palabra usada para el esclavo, y que usualmente es traducida cómo esclavo en las versiones moderna de la Biblia.
Esto, entonces, significa que nuestra definición de pecado tiene que ser ahora ampliada por lo si-guiente. El pecado es un esclavizador que nos gobierna contra la voluntad, a fin de que nosotros este-mos en la condición de esclavitud. Para este problema, perdón o misericordia, en el sentido en el cual esta palabra es generalmente entendida, no es la solución. Lo que nosotros ahora necesitamos es la li-bertad. Para expresar esto una vez más en forma de diagrama, tenemos lo si¬guiente:
DEFINICIONCONDICIONREMEDIO
AcciónCulpabilidad Perdón
EsclavizadorEsclavitudLibertad

Tanto como el perdón, así como la liberación, nadie la puede re¬cibir si no la pide. Nadie la pedirá si no reconoce que se halla en escla¬vitud, a menos que comprenda la naturaleza del pecado como escla-vizador sobre él. Por lo tanto una vez más debe ser claro, que el primer paso en el conocer del camino de la liberación es comprender la respuesta a la pregunta, “¿Qué es pecado?”
Y, con todo, ¿no es verdad que el pensar de la mayoría de la gen¬te hasta aquí en lo que al pecado concierne, se detiene a nivel de ac¬ción, culpa y perdón? A causa de esto ser así, el hacha nunca está puesta a la raíz del árbol, el esclavizador nunca es erradicado, de este modo la profesión de una religión y una conformidad externa a las de¬mandas de esa religión pasan como cosa genuina dejando un fraude marcado en las personas de la iglesia para marchar continuamente hacia la perdición y al olvido.
El esclavizador es la raíz del pecado, y en la Biblia se le da un nú¬mero de nombres. En Romanos 8:7 es llamado la “mente carnal”. En Romanos 6:6 es llamado “el viejo hombre”, en Ezequiel 36:26 es lla¬mado “el corazón de piedra”. Y está simbolizado por la lepra. Pero en ninguna otra parte está el tra-bajo del pecado mejor presentado que en Romanos 7: Por lo cual nosotros comenzaremos a leer desde el versículo 9, donde Pablo dice: “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí”. Pablo se refiere aquí al tiempo preciso cuando la ley entró en su vida. Hasta ese tiem¬po, el tiempo cuando el mandamiento vino, Pablo simplemente dice, “Yo sin la ley vivía en un tiempo”, en otras palabras, él fue simplemente un pecador voluntario. Este es el estado del hombre en el mundo antes de llegar al conocimiento de la ley de Dios. Él desea ser un pecador. Él es feliz ser tal cosa. Eso no lo preocupa en absoluto.
Pero por fin viene el tiempo cuando la ley entra en su experien¬cia. Cuando la ley entra, le trae el conocimiento de su justicia que de¬manda sobre su vida y conducta. Esto constituye el primer paso hacia Cristo, el conocimiento de la ley. Esto viene a él a través de la lectura de la Palabra de Dios, o por medio del predicador consagrado, o de alguna otra manera, pero tiene que venir siempre que él encuen-tre a Cristo como el Salvador del pecado.
Este conocimiento de la ley de Dios guía a un segundo conocimi¬ento, el conocimiento de lo que uno mismo es delante de Dios. A esto se le llama “Convicción”. Este es el segundo paso esencial hacia Cristo.
El efecto de la convicción guía al arrepentimiento, con tal que no cree una resistencia al trabajo del Es¬píritu en el corazón. Esto sucede, porque no es una amena experien¬cia de verse uno mismo como Dios nos ve. La tendencia natural de la naturaleza humana es rehusar esto como una desagradable reve-la¬ción. Un caso para este punto es hallado en la historia de Félix y Drusi¬la y es registrado en Hechos 24:24-27. “Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espan¬tó, y dijo: ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré”. El temor de Félix es clara evi-dencia de su estado bajo esa profun¬da convicción que lo hubiera guiado al arrepentimiento si él no hu-biera buscado el rechazo de la molesta revelación de sí mismo. Pero él despidió al apóstol en el mo-mento que más necesitaba de ese mi¬nistro, para guiarlo paso a paso al Maestro. Así también, gran cui-dado debe ser tomado de parte de toda persona de ver que cuando el Se¬ñor nos muestre la estampa real de lo que nosotros somos, no lo rechacemos, sino que lo aceptemos con el espíritu de verdadero arre-pentimiento que el Señor nos dará en el mismo instante.
Arrepentimiento no es solamente odiar el pecado sino alejarse de él. No es justamente odiar el pecado a causa de lo que ha sido hecho en nosotros. Judas y Balaam, ambos odiaron las consecuen¬cias del pecado, pero ellos no odiaron el pecado en sí mismo. Es justa¬mente como cuando nosotros odiamos la impureza porque es impureza; por consiguiente tenemos que aprender a odiar el pecado porque es pecado. Para hacer esto significará que, en lo sucesivo, no¬sotros amaremos la justicia porque es justicia.
Hacer esto no es natural para el ser humano. Es algo que no¬sotros no podemos generar por nosotros mismos. Por lo tanto, arre¬pentimiento es un don de Dios. Esta es una verdad de la Escritura la cual declara: “A Este, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepenti-miento y perdón de los pecados” (Hechos 5:31).
El arrepentimiento, una vez que ha sido recibido como un don de Dios, como un resultado del tra-bajo del Espíritu Santo a través de la Palabra, será acompañado por una confesión del pecado.
Estos, entonces, son los primeros cuatro pasos para ir a Cristo, conocimiento, convicción, arrepen-timiento y confesión. La verdad es que muchos han pasado por cada una de estas experiencias como lo mejor que hayan conocido de lo que eso debía ser, y han sentido que ellas hubieran satisfecho los re-querimientos de la libertad del pecado, y sin embargo no se hallaron a sí mismos para ser liberados. La verdad es que cuando esas experiencias han sido obtenidas en realidad co¬mo el Señor nos tuviera pre-parados para adquirirlas, entonces la libe¬ración habría sido ganada. El problema yace en el hecho de que no han entendido justamente lo que cada una de estas experiencias real¬mente es. Por lo general es que ha sido un arrepentimiento y una con¬fesión de lo que ha sido hecho, mientras ha sido un fracaso para entender que debe ser el más profundo arrepentimiento de lo que nosotros somos y una confesión de eso.
Retroceda a pensar en aquel conmovedor momento cuando por primera vez vino a Usted un cono-cimiento de la verdad de Dios. Qué hermosa y consistente apareció la verdad por un lado, pero cuán con¬vincente fue por el otro. Usted vio el pasado de su vida lleno de impu¬rezas y pecado, en profundo arrepentimiento deseó nada más que terminar con todo eso. Determinó que obedecería todo los manda-mientos de Dios. Semejante a Israel en el Antiguo Testamento quien dijo: “Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedecere¬mos" (Exo. 24:7), Usted determin6 que obedecería todos los manda-mientos de Dios.
Halló que tenía tanto éxito como en lo que a ciertas actividades exteriores se refiere. Grandes vic-torias fueron ganadas sobre esas atracciones del mundo que anteriormente tenía. Pero de un modo u otro la impaciencia, el mal temperamento, y otros problemas interiores permanecían. Ellos se levantaron para vencerlo y Usted se inclino bajo la profunda convicción de no continuar el pecado. Confesó el pecado y determinó que desde ahora sería diferente, pero no fue así. Los mismos problemas vinieron vez tras vez para darle una experien¬cia de prueba y derrota, lo confiesa y procura no volverlo hacer y fra¬casa otra vez.
Esta es precisamente la experiencia de la cual el apóstol Pablo testifica en Romanos 7:15-24. “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena, de manera que ya no soy yo quien hago aque-llo, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así, que queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Por¬que según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios. Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros; ¡miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”
Sería imposible para Pablo haber descrito nuestra experiencia pasada como profesos hijos de Dios mejor de lo que lo ha hecho aquí. Tan a menudo como he leído estas palabras, la gente ha respondido diciendo, “Este es el cuadro exacto de mi experiencia. Pablo estaba escribiendo acerca de mí cuando él escribió esas palabras”.
Como este pasaje sea leído, será visto que Pablo dio todos los primeros pasos hacia Cristo. Que él conociera la ley en su propia con¬dición con relación a ella, es claro por las repetidas admisiones de su necesidad de lo que la ley exige. En el versículo 12 del mismo capítulo él lo había directamente testifi-cado. “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”.
Y luego continúa diciendo: “Porque sabemos que la ley es espiri¬tual", verso 14. Ya antes en este estudio nosotros habíamos notado que el conocimiento de la ley es acompañado por conocimiento de nosotros mismos. Por consiguiente, inmediatamente Pablo dice: “Porque sabemos que la ley es espiri-tual”, él confiesa, “mas yo soy carnal vendido al pecado”.
Tales convicciones son seguidas por un arrepentimiento, si las condiciones no son suprimidas. No hay duda que Pablo tiene el don del arrepentimiento a este punto porque él odia el pecado, como lo tes-tifica: “Sino lo que aborrezco eso hago”. Además él vuelve la espal¬da al pecado con la determinación posible. No hay duda que este es un verdadero arrepentimiento. Asociándolo es una confesión. En rea-lidad todo lo de este pasaje es una confesión.
Es claro, entonces, que Pablo da estos primeros cuatro pasos ha¬cia Cristo; conocimiento, convic-ción, arrepentimiento y confesión. Es igualmente claro que él no tiene liberación del pecado. Es lo más im¬portante que esto sea visto, porque hay peligro en pensar que porque nosotros hemos dado estos pa-sos, o pensar que habiéndoles dado, por esta razón aseguramos la salvación. Pero este pasaje de la Es-critu¬ra claramente muestra que es posible haber dado estos pasos al me¬nos en cierta medida, y todavía ser esclavos del pecado, todavía estar sin la liberación del poder dominante que nos gobierna contra la vo¬luntad. Esto es verdaderamente un continuo pecar y un continuo arrepentimiento, peco y me arre-piento, una misma experiencia sobre los mismos pecados persistentes año tras año. Esta es la vida de un esclavo, pecar aun cuando el individuo conoce mejor y desea hacer lo mejor.
Cuando una persona ha llegado a un conocimiento de la verdad de Dios y ha experimentado con-vicción por el pecado, se ha arrepen¬tido de él y lo ha confesado, es apto para creer que ha hallado salva-ción aun cuando él es todavía un esclavo de su vieja naturaleza pecadora. El testimonio de Pablo en Romanos 7 es además una con¬firmaci6n para él de que esto es así. Sin duda, Pablo fue un gran hombre de Dios. Él comprendió el evangelio y el plan de salvación. Él estará en el reino de Dios. Con todo, él fue carnal, vendido al peca¬do, y un esclavo del pecado. Él hizo lo que conoció que era bueno, pe¬ro se dio cuenta a sí mismo que hacía las mismas cosas que sabia que eran malas. Si esta fue la experiencia de Pablo en ese tiempo cuando fue un verdadero cristiano, y, por lo tanto, tenía la esperanza de la sal-vaci6n, entonces nosotros debemos esperar que nuestra experiencia cristiana ha de ser la experiencia descrita en Romanos siete. En otras palabras, es aceptado que la experiencia del hombre de Romanos siete, es la experiencia del verdadero nuevo nacimiento del hijo de Dios.
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F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad Empty Re: F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad

Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:41 pm

Para ilustrar este punto algo más, permítame recalcar una expe¬riencia que una vez yo tuve. Me fue dada la invitación para hablar acerca del camino de la liberación a un hombre quien ocupaba una al¬ta posición en la administración de la iglesia. Además, él era el direc¬tor de una institución religiosa, era versado en las doctrinas de la iglesia, ciertamente guardaba la ley hasta entonces en lo que a los re-querimientos exteriores concierne. Por años había estado parado en el púlpito predicando a la gente. Con todo, cuando yo le leí las pa¬labras de Pablo en Romanos siete, él me dijo, “ese es el cuadro exacto de mi experiencia, desde que yo me entregué al Señor. Yo fui nacido con la maldición de un mal tem-peramento y todavía tengo ese proble¬ma conmigo. Me vence el mal temperamento. Yo siento la con-vicción del pecado. Lo confieso y determino que nunca sucederá otra vez. Entonces viene el poder de la tentación y me vence otra vez y así repe¬tidas veces. Yo puedo realmente sentirme en lugar de Pablo en este pasaje”.
Este hombre fue franco y abierto como lo fue Pablo en Romanos. Sin juzgar a este particular hom-bre, es conveniente formular la pre¬gunta; ¿Podrá un hombre en este estado levantarse en la resurrección de los justos o estaría eternamente perdido? Esté seguro antes de que intente contestar a la pregunta que comprende justamente lo que la experiencia es como está declarada en Romanos siete. Aquí está el hombre. Él conoce la ley de Dios y está guardándola lo mejor posible. Él sostiene la principal oficina de la iglesia. Es muy fiel en asistir a las reuniones de la iglesia cada semana. Él paga los diezmos y las ofren¬das. Activamente se ocupa en los proyectos misioneros para la iglesia. Es altamente respetado por la comunidad. Pero él ha declarado que a pesar de todo lo que hace, es un esclavo de su propia natura-leza y no puede hacer las cosas de las cuales sabe en su corazón que deben ser hechas.
Este es el hombre de Romanos siete. Este hombre no es el peca¬dor voluntario en el mundo que tie-ne muy poco cuidado por las cosas de Dios y por la eternidad. Nosotros sabemos que el hombre del mun¬do, mientras permanece en tal condición, nunca se levantará en la re¬surrecci6n, pero ¿Qué del hombre de Romanos siete? Esta es la pregunta, y es muy importante por cierto.
Hay dos factores aparte del argumento con respecto a la vida de Pablo los cuales afectarían fuer-temente la mente para decir que esta es la experiencia de un verdadero hijo de Dios. Primero, existen los testimonios que nuestras propias vidas durante nuestra asociación completa con la iglesia, han sido como está en Romanos siete. Nosotros somos aptos para pensar de todos los sacrificios que hemos hecho por la verdad y estamos muy indispuestos para admitir que to¬do esto ha sido por nada, porque, si no obtenemos la vida eterna, en¬tonces lo hecho nada habrá significado.
Una vez más, pensamos en esos seres amados quienes han muerto y de quienes sabemos que han estado en la experiencia de Romanos siete. Nosotros hemos abrigado la esperanza de verlos en el reino de los cielos. Ahora, si hemos venido a la creencia que el hombre de Romanos siete no es un hijo de Dios, entonces tememos que nunca los volveremos a ver otra vez. Yo he visto a personas aferrados a la creencia que el hombre de Romanos siete es un verda¬dero hijo de Dios pero sin razón alguna. Ellos fa-llaron en reconocer que no importa lo que ellos creían, la realidad del caso es la realidad del caso. Sus negativas para aceptar esa realidad no cambia la si¬tuación en lo más mínimo.
Por tanto la pregunta permanece delante de nosotros con toda su vital importancia. ¿Es la expe-riencia de Romanos siete la experiencia de un verdadero hijo de Dios o no?
Cuando quiera que esta pregunta sea formulada, genera como norma tres respuestas. Hay quienes contestan inmediatamente que se levantaría en la resurrección. Entonces hay otros quienes no están seguros, mientras hay otros que dicen que este hombre habiendo muerto en esta experiencia, no se le-vantará en la resurrección de los justos.
De este modo es claro que hay algo de confusión en considerar si el hombre de Romanos siete es la experiencia de aquellos que son salvos o no. Es extremadamente importante que esto sea puesto muy claramente en la mente de todos aquellos que buscan la vida eterna. Hay muy buena razón para esto. Considere la peligrosa posición del individuo que sabe que está en la experiencia descrita en Romanos siete, y con todo, al mismo tiempo, cree que esta es la regular expe¬riencia cristiana mientras que en rea-lidad no la es. Tal persona no bus¬cará por promover su vida y estará contenta con lo que tiene. So1o aquellos que buscan hallarán. Por lo tanto, debido a que él no busca más allá, no encontrará nada más que esto. Cuando, en el gran día fi¬nal de cuentas, él descubra que ha estado apoyándose sobre una falsa esperanza, su perdición será terrible. No hay nada más temeroso que pasar a través de la vida pensando que todo marcha por el camino correcto y entonces descubrir demasiado tarde que lo que era idea de salvación, no es salvación.
Lo más importante es que humanas interpretaciones y opiniones no tienen lugar en la determina-ción de este asunto. La única autori¬dad es la Palabra de Dios. Hay un lugar donde la respuesta tiene que ser hallada y es sólo aquí. Entonces cuando la respuesta ha sido halla¬da en la palabra de Dios, debe ser aceptada porque es la palabra de Dios dada a nosotros para nuestra salvación.
Sin más preguntas, el hombre de Romanos siete está en la escla¬vitud. Él conoce lo que debe hacer, pero halla la imposibilidad de ha¬cerlo. Él no es en ningún sentido de la palabra un pecador voluntario, sino un pecador involuntario. Él es un pecador que está sirviendo al poder del pecado y está, por lo tanto sirviendo a Satanás.
Si el estar sirviendo a Dios, porque “Ninguno puede servir a dos señores; porque aborre¬cerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mat. 6:24).
Si él no está sirviendo a Dios, entonces, ¿Cómo puede tener sal¬vaci6n? Una vez más la respuesta es, él no puede. Por lo tanto, en ba¬se a esta evidencia, es claro que el hombre de Romanos siete no pue-de ser salvo.
Pero esto es sólo una prueba al hecho que el hombre de Roma¬nos siete no tiene salvación. Esto es claro y convincente, pero no es suficiente, por esto el principio de la Escritura, “Para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (Mat. 18:16). Por lo tanto, pro¬sigamos a buscar más testimonios Bíblicos para este resultado.
En los últimos versículos de Romanos siete Pablo llega al final de su descripción de la experiencia del estado de la esclavitud del poder del pecado. En la irremediable desesperación a la que la expe-riencia lo trajo, él exclama: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuer¬po de muerte?” (Rom. 7:24).
Es propio formular la pregunta a este punto la cual fue en ambos sentidos bien expresada y con-testada por el Dr. E. J. Waggoner en su libro Christ and His Righteousness, págs. 86-87. “¿Es una ver-dadera experiencia cristiana un cuerpo de muerte tan terrible que el alma es obligada a suplicar por li-beración? No, de ninguna manera ... ¿Cristo libra de tal verdadera experiencia cristiana? No, en absolu-to. Entonces la esclavitud del pecado de la cual el apóstol se queja en el séptimo ca¬pítulo de Romanos, no es la experiencia de un hijo de Dios sino la del siervo del pecado. Fue liberar a los hombres de esta cautividad por lo que Cristo vino; no a liberarnos durante esta vida, de la guerra y con¬tienda, sino de la derrota; para facilitarnos ser fuertes en el Señor, y en el poder de su grandeza, de modo que nosotros pudiéramos dar gracias al padre, el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al trono de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.
El argumento empleado por J. Waggoner aquí, es que Cristo nunca salvará de una genuina expe-riencia cristiana. Con todo aquí Pablo pide ser liberado de la experiencia de Romanos siete. La misma realidad que él es, a la luz de la verdad que Cristo nunca lo salvaría de esa auténtica experiencia cristia-na, es una prueba positiva que la experiencia de Romanos siete, no es la experiencia de un verdadero hijo de Dios. Este es el segundo testimonio.
Dirijamos nuestra atención al tercer testimonio. No fue sino hasta que Pablo hubo exclamado por la liberación con la fe firme de uno quien entiende que no únicamente hay salva¬ci6n en Dios, sino que el evangelio es el poder de Dios para salvación del pecado, que en respuesta a la pregunta, “¿Quién me librará?” él pudo decir, “Gracias doy a Dios, por Cristo Señor nuestro” 7:25).
Entonces inmediatamente todo el cuadro cambia. Él se d lo suficiente para recapacitar la expe-riencia de Romanos siete, en es¬tas palabras: “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. Este es el cuadro exacto del hombre de Romanos siete. Él conoce lo que es recto y con su mente determina que sirve a Dios. Él cree en su mente las verdades de Dios. Su mente es fiel al Señor y dada al servicio de Dios, pero realmente las actividades de la vida son dedica-das al servicio del pecado aun¬que, en su mente, sabe que es incorrecto, y, en su mente, desea ha¬cerlo de otra manera.
Esta es la suma de todo, Pablo describe el cambio absoluto de la escena que llega a ser la conse-cuente rendición de su corazón apelan¬do por la liberación y su agradecimiento por haberlo recibido. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Por¬que la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte"” (Rom. 8:1-2).
Entonces, en todo el resto del capitulo, él habla de la libertad, de la victoria, de los hijos adopti-vos para con Dios y termina con el triun¬fante testimonio: “Antes, en todas estas cosas somos más que vence¬dores por medio de Aquel que nos amó. Por el cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Je¬sús Señor nuestro" (Rom. 8:37-39).
Es imposible leer a Romanos siete y a Romanos ocho sin ver que en ellos hay dos experiencias verdaderamente diferentes. En Roma¬nos siete está la experiencia de un esclavo que es obligado en con-tra de su voluntad a hacer las obras del pecado, mientras que en Roma¬nos ocho es la victoria de una persona puesta libre del poder del peca¬do, para hacer lo que es recto y lo que él desea hacer. Las dos no pueden ser la descripción de la experiencia cristiana. Una de ellas puede ser, pero no ambas. Mientras Usted ha tenido algunas dificulta¬des en ver que la experiencia en Romanos siete no es la experiencia de un hijo de Dios, tal dificultad no debe existir hasta aquí en lo que se relaciona a Romanos ocho. Cual-quiera debe estar en la capacidad de ver que esta es verdaderamente la experiencia de un cristiano. En Romanos “ninguna condenación hay”, verso l; él es "librado de la ley del pecado y de la muerte«, verso 2. La justicia de la ley está siendo cumplida en él, y camina “no conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”, verso 4. Él es nacido de Dios y por consiguiente es un hijo de Dios, verso 14-16. Por lo tanto, él es un heredero, y, en realidad, un “coheredero con Cristo”, verso 17, él es “más que vencedor por me-dio de Aquel que nos amó". verso 3.
Esto es una experiencia cristiana. Ninguno puede hallar la míni¬ma dificultad en ver esto. Pero qué diferente es la experiencia descrita en Romanos siete. Por lo tanto, si en Romanos ocho está la descrip-ción de una experiencia cristiana, entonces, en Romanos siete debe estar la descripción de algo diferen-te. Esta no puede ser la descripción de la experiencia de un cristiano.
Pero esta no es toda la evidencia para apoyar la realidad de esto. Al final de Romanos siete, Pablo exclama por ser liberado y, como el gran cambio aparece, él agradece al Señor por eso. Entonces su in-mediato testimonio fue: “Pues ninguna condenación hay pa¬ra los que están en Cristo, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:I).
Es bueno enfatizar a este punto el significado de dos palabras en la victoria, de los hijos adoptivos para con Dios y termina con el triun¬fante testimonio: “Antes, en todas estas cosas somos más que vence¬dores por medio de Aquel que nos amó. Por el cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Je¬sús Señor nuestro" (Rom. 8:37,39).

En este particular caso, es descrito el paso a través de la horrible experiencia de estar en la escla-vitud del poder del pecado, de su exclamación por la liberación y de su otorgamiento. A causa de que ha sido completado, es que lo que sigue no puede ser de otra manera. Por esto, no hay condenación. La palabra »ahora«, añade fuerza al uso de »por esto,« ello indica que hay un cambio. Las cosas fueron ta-les pero ahora son diferentes.
Para hacer una doble confirmación a todo lo entendido con rela¬ción a por qué no hay ahora con-denación, es declarado que no hay ninguna “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha li-brado de la ley del pecado y de la muerte” (Rom. 8:2).
En Romanos siete, él tenía un testimonio muy diferente que dar. Allí no estaba tan realmente libre de la ley del pecado y de la muerte. Ahora es, y a causa de que él es, no hay condenación. Esto en-tonces admite que cuando no era libre de la ley del pecado y de la muerte, había condenación. Hay una palabra singular que significa lo mismo a “no conde¬nación”, y es la palabra “justificación”.
Nosotros ya hemos visto que donde hay libertad de la ley del pe¬cado y de la muerte, como en Romanos ocho, después de haber sido liberado de la esclavitud de Romanos siete, no hay condenación, lo cual es decir, que hay justificación. Esto es lo mismo que decir que en Romanos siete hay condena-ción, es decir, que no hay justificación. Entonces, es igual que decir que el hombre de Romanos siete aún no tiene justificación o el perdón. Y si él no tiene estas cosas, entonces, ¿cómo puede tener la posi-bilidad de levantarse en la resurrección de los justos?
Nosotros tenemos, no por medios agotados los testimonios que declaran que el hombre de Roma-nos siete no tiene salvación, pero es¬tos son más que suficientes para establecer lo propuesto.
El lector se interroga a sí mismo y muy cuidadosamente conside¬ra lo que esto significa hasta aquí, en lo que a su propia experiencia concierne. Si Usted es uno que es capaz de testificar a este mismo mo-mento que Romanos siete es el cuadro perfecto del estado de su vida espiritual, entonces la verdad es que no tiene la salvación del pecado, y, si muriera en este momento, no se levantaba en la primera resurrección.
Para cualquiera que haya sido por mucho tiempo fiel miembro de una iglesia, y ha estado muy ocupado en sus actividades, y subscri¬to a sus creencias y con liberalidad ha sostenido sus programas y al mismo tiempo teniendo buena reputación en su vecindario, y con to¬do tiene la experiencia de Romanos siete, esto deduce que no tiene la salvación, y esto vendrá a su vida como un severo shock. Sin em¬bargo esto es vitalmente necesario que este reconocimiento venga, porque es esencial que la verdadera situación sea entendida, a fin de que los pasos puedan ser dados y asirse de aquello que el Señor ha hecho para Usted.

Hay dos posibles reacciones a la llegada de este reconocimiento. La tendencia de la naturaleza humana es rehusar aquello que causa molestia a lo establecido y fijado como aceptación en la vida. Des-pués de haber permanecido por tanto tiempo en una confortable aun¬que falaz seguridad de prosperidad, hay una fuerte disposición de no afrontar la realidad de la verdad acerca de nosotros mismos. Nosotros no deseamos eso por ser verdad. Por lo tanto, hay un real peligro de que descartemos esta verdad, para continuar con aquello que es más aceptable y placentero.
Si Usted sucumbiera a esta tentación, entonces hallará que una docena de argumentos embestirá sus labios para contar las evidencia de la Palabra de Dios. Dirá en ansioso apresuramiento: ¿Por qué? Yo soy un cristiano. Mire todo lo que he dejado para seguir a Cristo. Mire mi vasto conocimiento de las Escrituras, el tiempo que dedico estu¬diando y orando, la calidad de mi oficina en la iglesia, etc.

No hay un error tan fatal que pueda ser peor que este. Hay mucha gente en la historia que ha per-dido la vida eterna, porque no tuvieron el coraje y la honestidad de afrontar la verdad acerca de ellos mismos en este punto. El resultado fue que el Espíritu de Dios no pu¬do hacer nada más por ellos, y las impresiones hechas murieron.
La otra reacción que Usted podría experimentar, es una terrible desesperación. Es suficientemente honesto para reconocer la verdad de la palabra de Dios cuando claramente le dice que la experiencia en la que Usted ha estado no es salvación. El sentido de ser un perdido y condenado lo abruma y siente que está eternamente separado de Dios.
Si, a este punto, esto es lo que siente, nada podría ser mejor para Usted. El haber sido traído a este estado, es el trabajo del Espíritu San¬to. El Espíritu sabe que es esencial, que su verdadera condición sea revelada. Es de suma importancia que el hechizo de la falsa seguridad sea descartado de modo que el Espíritu de Dios pueda hacer el si¬guiente trabajo para Usted. Muchos han estado viviendo en la condi-ci6n de Laodicea como está descrita en Apocalipsis 3:14-22. Ellos no saben que son infelices, y mise-rables, y pobres, y ciegos, y desnudos.
Pero esto ha de ser conocido, porque, si no es conocido, enton¬ces el alma permanecerá en el sueño profundo de la falsa seguridad hasta que llegue a ser demasiado tarde. Por lo tanto, regocíjese y sea feliz si Usted llega a este punto, al lugar donde se halle así mismo co¬mo engañado, imposibilitado y eternamente perdido.
Regocíjese también, porque hay un camino de liberación del po¬der del pecado. Usted no necesita permanecer en la experiencia de Romanos siete, derrotado y frustrado en su ansioso y sincero deseo de servir al Dios viviente. Además, ese camino, el camino de la libera¬ci6n, no es un secreto. De ninguna manera nosotros intentamos tra¬erlo a este punto de desesperación, sin que comprenda el camino genuino de la liberación que lo conduce al gozo de la salvación de Dios. Le imploramos entonces, a mantenerse en el estudio de este te¬ma, hasta que la fe se aferre al poder de Dios y Usted sea hecho completo.
Habiendo quedado establecido que el hombre de Romanos siete ciertamente no es un cristiano, nosotros necesitamos entender por qué es así, aun cuando él conoce la ley y desea observarla, con todo es incapaz de hacerlo. El entender el por qué esto es así, es parte definitiva de la solución para el pro-blema.
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Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:43 pm

LA NATURALEZA DEL HOMBRE

La comprensión de este problema yace en el conocimiento de la naturaleza del hombre. El hombre es un organismo muy complejo, en quien hay una ínterrelaci6n entre todas sus partes. Con todo, mientras exista mutua relación, hay, al mismo tiempo, una distinción la cual estará marcada entre la mayor parte en consideración al papel jugado en cada una sucesivamente.
Así, para ser más específico, cada uno de nosotros, primero que todo tenemos una inteligencia, y una mente para pensar. En este de¬partamento, nosotros recibimos una información por medio de varios sentidos, los ojos, los oídos, el gusto y el olfato. De este modo los mensajes de Dios llegan al in-dividuo, de modo que viene a conocer lo que él necesita conocer de su propia condición personal, su necesidad, y lo que el Señor hará para él.
La mente no acepta todo aquello que le es ofrecido. Ella aun desechará la verdad que el individuo más necesita porque la mente ya ha sido entrenada para creer a la mentira o porque la aceptación de la verdad seria inconveniente y costosa.
Para lograr esto la mente tiene que razonar y sacar conclusiones. Esas conclusiones sucesivamente exigen hacer decisiones, las cuales apelan a acciones correspondientes sobre la parte del individuo. Este es el estado de la voluntad.
Cuando todo este trabajo ha sido completado en la mente, en¬tonces el cuerpo es llamado a obede-cer o a llevar a cabo las decisiones logradas en la mente. Porque el propósito de este estudio será sufi-ciente para entender que el cuerpo es un instrumento designado a cumplir los propósitos de la mente del hombre. En lo sucesivo, como el estudiante avance en el estudio de la obra de reforma la cual logra la experiencia del nuevo nacimiento, será necesario entender que e cuerpo es también capaz de ejercer completa presión sobre la mente para satisfacer sus necesidades por la gratificación o por preservación propia.
Que el cuerpo es un instrumento, es hecho claro en estas pa¬labras: “Ni tampoco presentéis vues-tros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros a Dios como vi¬vos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instru¬mentos de justicia" (Rom. 6:13).
No debiera ser ninguna dificultad para nadie entender que el cuerpo ha de ser el siervo de la men-te. Piense en esta simple ilustra¬ción. Como un resultado de información la cual tiene Usted y como consecuencia de las decisiones en la mente, desea viajar de donde es¬tá a otro lugar. La información al-macenada en la mente, le dice que lo primero que tiene que hacer es caminar de donde está a la agencia de viajes. La mente no puede ir allá sola, pero sí puede ordenar a los miembros del cuerpo, es decir, a los pies y a las piernas en particular, para que lo transporten allí. El cuerpo lo hace siguiendo la dirección de la mente.
Muchos ejemplos podrían ser dados del trabajo al respecto. Ca¬da persona podría recalcar en su diario vivir las obras de lo que hace, pero en el caso de Romanos siete, el cuerpo no siempre hace lo que la mente desea que haga. Lea la clara expresión de este versículo 15, “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”.
Aquello que es hecho, es hecho por medio del instrumento del cuerpo físico. Pero aquello que en este ejemplo es hecho, no es per¬mitido al cuerpo hacerlo, mientras aquello que él desea hacer, el cuer¬po no lo hace, pero hace algo que él odia hacer. Es claro que es en la mente razonable que el aborrecimiento de esta cosa existe. Esto está allí aunque no lo quiera. Aquí está un caso claro de una situación don¬de la mente conoce lo que debe ser hecho, desea hacer aquello, envía instrucciones a los miembros del cuerpo para hacerlo, pero en su ab¬soluta consternación halla que el cuerpo hace otra cosa en vez de aquello que él haría.
No habrá ninguna dificultad en entender esto, porque estoy se¬guro que todos lo han experimenta-do en algún tiempo. En realidad, si Usted todavía puede testificar que está o se encuentra en la expe-riencia de Romanos siete, entonces conoce correctamente lo que es esto. Usted ha resuelto, por ejemplo, que nunca volverá hablar apre¬suradamente obscenas palabras a otros. Realmente es sincero en sus intenciones. Su voluntad está puesta para hacer esto, y por un tiempo todo irá bien, pero viene el día cuando ese indomable instrumento, la lengua, habla esas sucias palabras de amarga recriminación contra otro. ¡Qué avergonzados nos sentimos por ello, después de haber agotado todas nuestras fuerzas!
Sin más preguntas, el hombre de Romanos siete sabe lo que es correcto. Él conoce la ley de Dios y se goza en las grandes verdades de la palabra de Dios. “Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”. Verso 18.
La pregunta ahora para ser afrontada es esta: ¿Por qué es que en la situación descrita en Romanos siete, el instrumento humano no obedece las direcciones de la mente? Ha de haber una muy clara y de-finitiva razón para esto, una razón por la cual, cuando es conocida y entendida será un paso decisivo a la solución del problema.
La situación en Romanos siete no es correcta. Dios no creó al hombre con la intención de que su cuerpo fuera rebelde contra su mente. Dios le dio al hombre instrumento corporal designado para llevar a cabo los deseos de la mente, para ser obediente a la voluntad, pero mientras ésta no es la manera en Romanos siete, es la manera en Romanos ocho, donde nosotros vemos el cuadro del acercamiento del creyente al punto donde él puede hacer en el cuerpo aquello que sabe que es correcto.
A este punto la persona normal concluye que el problema es que la voluntad es demasiado débil para traer al cuerpo bajo la verdadera sujeción, de modo que lo necesitado es ejercer la voluntad con más determinación y poder, a fin de que el cuerpo sea traído bajo sujeción de la mente. Pero, no importa cuánta determinación sea ejercida, si se halla que la situación no cambia. La respuesta a este punto no consis¬te en un poder de la voluntad o en la grandeza de la determinación. Esta consiste en detectar otro aspecto de la naturaleza humana la cual no ha sido mencionada hasta aquí en este estudio.
Toda persona normal tiene una mente y un cuerpo. Ella también tiene una tercera entidad la cual desempeña un papel muy significan¬te en las experiencias de la vida. La identificación y el aislamiento de esta tercera entidad no es de las más fáciles, pues, hay muchos que niegan su existencia como enti-dad separada. Mejor dicho, ellos la identifican con lo humano y con la naturaleza carnal como siendo una y la misma cosa. Esta sería una equivocación que los priva de hallar la liberación de este enemigo.
Debido a la identificación y al aislamiento de este tercer aspecto de nuestras vidas, es tan vital pa-ra el éxito en la búsqueda de la victo¬ria positiva sobre el pecado, que un corto espacio será dedicado a mostrar su existencia y a diferenciarla de la física naturaleza humana. Con gran claridad Pablo se refiere a estas tres en este capitulo de Romanos: “Porque según el hombre interior. me deleito en la ley de Dios: pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Rom. 7:22-23).
Considere este versículo muy cuidadosamente. Primero Pablo testifica que él tiene deleite en la ley de Dios en su hombre interior. Tal deleite sólo puede estar en el intelecto y razonamiento mental. A eso es a lo que él se refiere aquí, hecho una realidad en las palabras del siguiente versículo 23, “Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente”. Por tanto, mientras que en la mente se deleita de la ley de Dios, hay otra ley en los miembros la cual batalla contra la mente. El resultado es que él es traído a la cautividad o a la esclavitud a esta ley del pecado que está en sus miembros.
Ha de ser notado que la ley del pecado no es la carne en sí mis¬ma, pero es algo que reside en esa carne. Previamente en el versículo 17 Pablo declara que, “De manera que ya no soy yo quien hago aquello, sino el pecado que mora en mí”. Aquí la misma idea de “mo¬rar en", es expresada en las pala-bras, “que mora en mí”.
Esta “ley del pecado” en los miembros no es la carne ni la sangre de la naturaleza humana de la persona. Esto es algo más lo cual reside en la carne y gobierna sobre ella contra la voluntad, el razona-miento y la mente educada. Para que esto sea así, es hecho claro por otros pasajes de la Escritura: “Os daré un corazón nuevo, y pondré un espí¬ritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el co-razón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Eze. 36:26).
Lo que Pablo llama “la ley del pecado” en Romanos, es aquí lla¬mado “el corazón de piedra”. En Romanos siete es ilustrado residien¬do en la carne, mientras aquí la promesa es que será expulsado de la carne. Será quitado y separado de la carne. Cuando “el corazón de piedra” sea echado fuera y separado, la carne todavía permanece ahí, porque la carne en sí misma no es echada ni separada de él, pero algo es echado fuera y separado de la carne. Debe ser muy claro que exis¬ten las tres entidades. Hay una mente, hay una carne y la ley del peca¬do o el corazón de piedra el cual habita en la carne y la gobierna de acuerdo a su voluntad y contra la voluntad de la mente.
En Romanos 8:7, se hace referencia a esta misma tercera entidad como a la mente carnal, en estas palabras: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios: porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”.
Este texto probablemente es una de las más fuertes pruebas de que hay esta tercera entidad en el individuo. Considere muy cuidado¬samente lo que es dicho en este versículo lo cual no puede ser aplica-do a lo carnal o a la naturaleza humana. En primera instancia mientras que es enteramente imposible para la carne pecaminosa del hombre ser un instrumento de justicia estando sujeto a la ley de Dios, es posible para la mente carnal realizar esto.
La mente carnal no meramente está en enemistad contra Dios, sino que es enemistad. Su misma constitución, su misma naturaleza, lo que ella es, es en sí misma enemistada contra Dios. Si ella estuviera meramente en enemistad, entonces podría ser reconciliada con Dios. Pero por cuanto ella misma es la enemistad, entonces nunca puede ser reconciliada con Dios, y no puede sujetarse a la ley de Dios. Esto es una imposibilidad.
Pero la carne puede. En realidad, en Romanos 6:13, Pablo hace un llamado a la persona conver-tida a presentar “vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”.
Por tanto, nosotros tenemos una naturaleza o poder en el ser hu¬mano lo cual está en enemistad y no puede servir a Dios, y tenemos otro poder, es decir, la carne, la cual puede. Por lo tanto, ellos no pueden ser uno, y ser la misma cosa. Ellos tienen que ser dos cosas diferentes, porque una cosa no podría estar en una posición donde fuera imposible servir a la ley, y al mismo tiempo, ser usado como ins¬trumento de servicio a la ley. Esto es imposible.
La mente carnal es la ley del pecado, el corazón de piedra y el poder de1 pecado, que gobierna la vida del individuo contra la voluntad de la mente. No es que la carne sea el amo de la mente. Por el contrario, la carne esta sujeta a otro poder en el cual se halla a si misma compelida a obedecer por todo el tiempo que este poder permanezca en control.
Pablo resume todo este problema muy hermosamente en el últi¬mo versículo de Romanos siete cuando dice: “Así que, con la mente yo sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado”. Así es claro que hay dos poderes obrando en la vida del hombre de Roma¬nos siete. Uno es el gran amo de toda la verdad al cual la mente es de¬dicada en servicio, el otro es la ley del pecado al cual la carne es esclava. De este modo la mente y la carne están en servicio a dos dife¬rentes poderes, y es por esta razón que la carne no hace aquello que la mente le ordena que haga. Ella está en sujeción a otro poder des-pótico, y en mortal enemistad a la ley de Dios.

Nosotros hemos llegado ahora al corazón del problema del cual lo que hacemos es solamente el fruto. Es exactamente como Jesús di¬ce: “No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto, porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se co¬sechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hom-bre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Luc.6:43-45).

Aquí la referencia de Cristo es a la ley de la naturaleza que nunca ha sido quebrantada y que es aun familiar al niño. Este es completa¬mente un principio de confianza. Esto es que si Usted desea tener buen fruto, tiene primero que todo tener un buen árbol. Entonces, ha¬biendo remitido la mente a lo fami-liar y al principio experimentado como es revelado en la naturaleza, el Salvador declara que así como es en lo natural, así también es en el mundo espiritual. El mismo prin¬cipio ha de ser hallado aquí. Por lo tanto, si deseamos tener una vida llena de buenas obras, entonces, primero que todo tenemos que ser buenas personas.
Pero nadie puede ser una persona buena, mientras todavía tiene la mente carnal y el corazón de piedra. Tener esa mala naturaleza y poder con nosotros, es ser una persona mala, y como tal llevar frutos malos en lugar de buenos.
Este, entonces, es el problema. No es la mente por estar converti¬da al servicio de Dios y a las verdades de la palabra de Dios. No es la naturaleza carnal, por estar en esclavitud a otro poder, al poder de la ley del pecado que reside en los miembros y los controla contra la vo¬luntad.
Esto no quiere decir que la mente y la carne no pueden ser un problema. Ellos pueden, pero no son el problema una vez que la persona ha sido triada a la experiencia de Romanos siete. Él ha llegado allí, porque ha visto la belleza de la verdad y es convertido a ella. Su carne no es el problema por estar en esclavitud a otro poder, de modo que hasta que sea liberado de aquel poder no puede ser po¬sible es-capar del dominio del pecado y hacer aquello que la mente le ordena que haga.
La ley del pecado en los miembros es el problema. Esta es la raíz, la causa básica y la fuente fun-damental de la dificultad. Si este es el problema, entonces obviamente es aquí donde la solución tiene que ser aplicada. Por lo tanto, a este punto procederemos a buscar y a en¬tender cómo esa solución ha de ser aplicada.
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F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad Empty Re: F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad

Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:44 pm

LA SOLUCION

Ahora que el real problema ha sido separado, la pregunta es, ¿cómo puede ser tratado satisfacto-riamente?
En el mismo comienzo se ha enfatizado que ningún intento puede ser hecho para forzar la mente carnal a servir a la ley de Dios, porque esto es atentar lo imposible. Nosotros no tenemos más que re-conocer las palabras de Jesús cuando Él dio la ilustración del arbusto espinoso, para conocer que nin-guna opresión jamás resultará pro¬vechosa en el esfuerzo de traer buenos frutos de un corazón malo. Considere el espino. Está en la misma naturaleza en enemistad contra la ley del productivo manzano. Una persona puede haber encontrado en su jardín un espino, él sabe que ningún esfuerzo de cultivo, de irri¬gación, de fertilización, de podamiento y cuidados o no cuidados, podrá alguna vez producir de ese árbol siquiera una manzana. Él sabe que no puede ser hecho.
Permita la persona que está buscando la victoria sobre el pecado ser profundamente convencida que ningún esfuerzo de estudio inten¬sivo de la palabra de Dios, de reuniones de la iglesia, actividad mi-sionera, devotas oraciones y abundantes ofrendas liberales, va a causar a la mente carnal producir frutos del Espíritu. Esta no es la ma¬nera, porque la mente carnal ... “no está sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. Es tan seguro que es así, como el espino no está su¬jeto a la ley de producir manzanas ni tampoco puede.
Por lo tanto, cualquier persona que, todavía retiene la mente car¬nal intentando guardar la ley de Dios para producir los frutos activos del Espíritu, está atentando contra lo imposible. No, sino hasta que la mente carnal esté sujeta de modo que su poder esté destruido, puede la persona comenzar a guardar la ley de Dios. El hacha tiene que estar puesta a la raíz del árbol. No hay otra manera.
Hay algunos en el mundo que piensan que la solución del problema es poner fin a la ley. Un po-quito de cuidado y el concepto mostrará que esto no puede ser. Un hombre ignorante pensó poner fin al problema del calor quebrando el termómetro. Pero cuando él lo había hecho no cambió el problema del calor en lo más mínimo. El problema permanecía allí en la invariable temperatura. Lo que él había per-dido era un cabal conocimiento de los medios exactos de cómo el calor realmente era.
Asimismo, si la ley es invalidada no hará ninguna diferencia para el pecado. El pecado todavía está ahí. Lo que habría sucedido fuera que el hombre estuviera sin un medio exacto por el cual conocer qué es el pecado.
En la primera parte de Romanos siete esta verdad está muy bien expresada en la ilustración de] matrimonio. Aquí está claramente de¬mostrado que no hay necesidad de cambiar la ley. Es perfecta y no necesita de cambio. Lo que necesita ser cambiado es el individuo por¬que allí está el problema.
“¿Acaso, ignoráis hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la casada está sujeta a la ley del marido mientras éste vive; pe-ro si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otra varón, será llamada adúltera; pe¬ro si el marido muriere es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera” (Rom. 7:1-3).
La situación aquí es una con la cual todos están familiarizados como todos entiendan la ley del matrimonio. Cuando la mujer es le¬galmente casada con su esposo, la ley condena como adulterio cual-quier intento que ella haga de casarse con otro hombre. Pero una vez que el esposo esté muerto, enton-ces la misma ley que anteriormente la condenaba para casarse con otro, ahora la perdona. Un cambio ha tenido lugar pero no ha sido en la ley. Este ha sido en la mujer. Ella ha cambiado, de ser una mujer casada, a una mujer soltera.
Esto es igualmente en el reino espiritual. En realidad, Pablo no se ha lanzado a una disertación en la cuestión del matrimonio, sino ha usado la ley del matrimonio como una ilustración del matrimonio es-piritual con Cristo.
“Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos frutos para Dios” (Rom. 7:4).
No existe la más mínima insinuación en este versículo de algún cambio hecho en la ley, pero hay una clara referencia que un cambio ha sido hecho. Este ha de ser hecho en el individuo. Él debe morir, a fin de que pueda casarse con otro, con Cristo, porque Él es el único que se levantó de los muertos.
Todo el propósito del trabajo de Jesús es salvar del pecado, como está escrito: “Y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21).
Ser salvo del pecado es ser salvo de la transgresión de la ley, por¬que el pecado es transgresión de la ley como está escrito: “pues el pe¬cado es transgresión de la ley” (1 Juan 3:4). Transgredir la ley es desobediencia. Por lo tanto, ser salvo de la transgresión de la ley, es ser salvo a la obediencia.
Es claro, entonces, que ninguna propensión al supremo esfuerzo de la voluntad, ni poniendo fin a la ley es la solución para el problema.
Habiendo visto entonces lo que no es la solución, volvemos a lo que la solución realmente es. La solución yace en la erradicación de la vieja naturaleza, y su reemplazamiento por una nueva. No hay nada más claro enseñado en las Escrituras que esto. Considere la claridad de este versículo como una declaración de esto:
“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les da¬ré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guar¬den mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios« (Eze. 11:19-20).
En un lenguaje tan claro como éste, el Señor declara que Él quitará el corazón pecaminoso de nuestra carne, y nos dará un nuevo corazón en su lugar. Él no dice que nos dará un nuevo corazón junto con el viejo. Este no es el mensaje de este versículo. Note muy cuida¬dosamente que Él declara que el viejo corazón será quitado de su carne y un nuevo espíritu y un nuevo corazón tomara el lugar del viejo.
Todo esto es hecho con un propósito. Esto es hecho para ejecutar ciertos resultados. Es hecho “para que anden en mis ordenanzas y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios”.
Tan claramente vimos en Romanos siete la misma razón cómo el dedicado siervo de Dios no pudo hacer lo que deseaba, fue porque tenía la vieja mente carnal en él, gobernándolo como un esclavizador. Ha sido enfatizado que la permanencia de este poder es el problema para este hombre. Ahora ha de ser visto que el Señor sabe que este es el problema , y que la única solución para el problema es quitar el corazón malo y reemplazarlo con un corazón nuevo.
Al volver a la ilustración de Cristo con relación al espino, no¬sotros hallamos la misma respuesta aquí. En el jardín, el espino se halla verde y robusto, pero inútil como árbol productor. Está plantado en la vera del camino, ocupando buena tierra y haciendo pedazos el vestido de todos aquellos que pasan cerca a él. Por tanto, el jardinero tiene un problema. Él desea tener buen fruto, tales como manzanas o ciruelas, pero tiene un espino. Él sabe que la única solución es arran¬carlo de su lugar y reemplazarlo por un árbol bueno. Él sabe que a su debido tiempo obtendrá buen fruto por la simple razón que ahora tiene un árbol bueno.
Por tanto, asimismo, el hombre de Romanos siete desea producir las buenas obras de la ley en la forma de los frutos del Espíritu, los cuales son: amor, gozo, paz, etc. Pero tiene una mala naturaleza dentro de él que es la fuente no de la obediencia de amor, sino de odio, orgullo, celos y cosas semejan-tes. Su difícil situación es la misma que la del jardinero con el espino, y la solución es la misma. Aquella mala naturaleza tiene que ser arrancada de raíz del cuerpo humano hecho del polvo de la tierra y re-emplazada con la naturaleza nacida de lo alto. So1o así él puede ser un hijo de Dios; sólo así puede producir los buenos frutos del Espíritu.

Esta verdad es declarada muchas veces en las Escrituras, de mo¬do que los repetidos testimonios de ella no dejarán duda en la mente de nadie con respecto al camino de la liberación del terrible pro-blema del pecado. “Porque la ley de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en se¬mejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espí-ritu” (Rom. 8:2-4).
Dios envió a su Hijo al mundo para condenar al pecado en la car¬ne. Una muy importante distin-ción necesita ser reconocida aquí. Las acciones del pecado pueden bien ser limitadas al pecado de la carne, mientras el poder interior del corazón de piedra o de la mente carnal, es el pecado en la carne. Ahora note que Jesús no vino a hacer un tra¬bajo superficial de condenar meramente el pecado en la carne. Él vi¬no para condenar el pecado que está en la carne, y que como tal es la misma raíz del pro-blema y la causa del continuo fracaso por todos aquellos que todavía poseen este poder del mal.
¿Por qué vino Él a condenar el pecado en la carne? Fue una vez que el pecado hubo sido conde-nado, “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
Otra vez el mensaje es el mismo. Lo viejo es condenado, es erra¬dicado y es removido, de modo que un objetivo pueda ser cumplido. Ese propósito es que nosotros podamos ser puestos donde poda-mos vivir la vida de justicia de Dios, por medio de Cristo Jesús nuestro Señor.
Cuando Cristo vino y efectuó la condenación del pecado en la carne, ¿a qué lo condenó? ¿Lo condenó para ser colocado bajo suje¬ción y control? ¿Lo condenó al destierro? ¿Lo condenó meramente como una manifestación de desaprobación? Él no lo condenó en na¬da de esto. Él lo condenó a la muer-te, a una muerte que se efectúa a través del resultado de su muerte y resurrección.
En ninguna otra parte es la verdad de esto más nítidamente declarada que en Romanos 6:1-6. “¿Qué, pues, diremos? ¿perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabemos que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Por¬que si fuimos sepultados juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo es¬to, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él. para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”.
El versículo 6 es el clímax del argumento contenido en estos ver¬sículos. Mientras los primeros versículos lo han hecho claro que aquellos que están en Cristo Jesús, y son por lo tanto verdaderos hijos de Dios que tienen justificación y por tanto tienen un titulo del reino de Dios, han muerto y han sido le-vantados, como Él murió y fue le¬vantado, este versículo específicamente dice lo que ha muerto.
Pero antes que la atención vuelva a lo que tiene que ser muerto y antes que nosotros seamos libres del pecado, permitamos que la fuerza del mensaje de los anteriores versículos sean vistos. El mensaje aquí, es que solamente los que han muerto pueden vivir. Otra mane¬ra de decir esto es que el viejo hombre tiene que salir primero, antes que el nuevo pueda entrar. La muerte siempre destierra lo viejo; la resurrección trae lo nuevo.
En los más fuertes términos de este pasaje, esta verdad es expre¬sada en el versículo 5, “Porque si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su re-surrección”.
La primera parte de este texto es una cláusula condicional. “Por¬que si fuimos plantados junta-mente con Él en la semejanza de su muerte...”. Esto expresa la gran verdad que a menos que esta condi-ción sea cumplida el resto no puede continuar, porque solamente aquellos que han muerto con Cristo pueden volver a vivir con Él. Es decir, únicamente cuando lo viejo ha sido desterrado puede lo nuevo venir. Primero, el espino tiene que ser erradicado antes que el manza¬no tome su lugar. Ellos no pueden desarrollase y crecer en el mismo sitio.
Ahora, ¿qué es lo que Pablo está diciendo en estos versículos? ¿Está solamente pronunciando a grandes voces insignificantes retóricas o son esas palabras reales de la experticia? Cuando él declara que nosotros tenemos que morir en Cristo, ¿qué quiere decir con esto? ¿Tenemos nosotros que morir verdaderamente o es sólo un cambio en las actitudes mentales o algo parecido?
Lo que resulta una dificultad para la gente creer que esto ha de ser una verdadera muerte, consiste en el fracaso de distinguir a la car¬ne pecaminosa y a la mente carnal, que es llamada de otra manera el corazón de piedra, el viejo marido y el amo de pecado. Debido a que la persona común y corriente piensa de la naturaleza pecaminosa como siendo la carne y debido a que nosotros conocemos que la persona no determina su vida terrenal por ser nacido otra vez, es imaginar que esto sólo hace una cre-encia en la muerte. Ellos imaginan que ha de ser algo que meramente es atribuido a la persona pero re-almente en la vida de Cristo.
Ahora es enteramente verdad que la persona que deja atrás la experiencia de Romanos siete y lle-ga a ser un verdadero hijo resucita¬do de Dios, no muere físicamente. Él tiene la misma carne y sangre como un hombre convertido, como la tenía cuando estaba en el mun¬do de pecado. No ha habido ningu-na muerte ni cambio allí. La carne pecaminosa es carne mortal. De ella nada será liberado hasta la gran-diosa mañana de la resurrección cuando Cristo descienda para llevar a su pueblo a su hogar celestial.
Pero él muere, porque si no muere, entonces él no puede estar en Cristo. ¿Qué es lo que entonces muere? La respuesta está en el versículo 6, “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él....”. Aquí hay algo señalado, “nuestro viejo hom¬bre". ¿Qué significa esta expresión? ¿Quién o qué es el viejo hombre? Para estar seguros de que nosotros entendemos, la siguiente parte del versículo nos dice que el viejo hombre está crucificado. “Para que el cuerpo de pecado sea destruido...”. Pablo podría haber escrito lo siguiente: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el viejo hombre pueda ser destruido...”. Pero en lugar de usar el término, “nuestro viejo hombre” la segunda vez él usa otro nombre, “el cuerpo del pecado”. Así tenemos ayuda para conocer que el “viejo hombre” y el “cuerpo del pecado” son una misma cosa.
En Romanos 7:24 es llamado “el cuerpo de muerte”, lo cual es también otra manera de expresión, que en el mismo capítulo él había antes llamado “la ley del pecado”. Del estudio ya dado en esta publi-cación, nosotros ahora sabemos que “el viejo hombre”, “el cuerpo del pecado”, “el cuerpo de muerte” y “la ley del pecado”, todo se re¬fiere al tercer factor, la mente carnal, la cual “no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”.
Esto es lo que es crucificado a muerte en la vida de aquellos que siendo inconversos pasan a ser convertidos. Esto es lo que deja de ser por la muerte, de modo que una nueva vida pueda ser resucitado en lugar de la vieja.
Ningún malentendido sea aceptado acerca del hecho que esto ha de ser una muerte real. Cruci-fixión no es destierro. No es mera¬mente puesto en prisión encarcelado por toda la vida. No es estar en-cadenado o puesto bajo control. Crucifixión es una forma de muerte. Su propósito es morir, y los que crucifican no serán satisfechos hasta que este resultado sea logrado.
Por lo tanto, cuando Pablo dice que el viejo hombre es crucifica¬do, quiere decir que es puesto a muerte. Para estar seguros de que es¬te significado es comprendido por el lector, él dice que está crucifi-ca¬do de modo que el cuerpo del pecado sea destruido. Cuando algo es destruido, entonces simplemente deja de existir. La historia de su vida es terminada y no llega a ser más.
En cada uno de los otros textos e ilustraciones, nosotros vimos, que este trabajo ha sido realizado con un propósito definido. Esto es para que la persona pueda pasar de la desobediencia a la obediencia, de dejar a un lado las quejas de que no puede hacer lo que él desea hacer, y de obtener la justicia de la ley cumplida en su vida. Por tanto, en este versículo el viejo hombre es crucificado y el cuerpo de pe-cado es destruido, “a fin de que no sirvamos más al pecado”.
La naturaleza es una maravillosa ilustración de la verdad del evangelio. La verdad de este versí-culo será visto en su grandioso po¬der si nosotros substituimos la situación del espino por el viejo hom-bre, y entonces leer el versículo como si se dirigiera al jardinero quien desea obtener buen fruto pero que tiene en su lugar un espino. Él lo quita y lo reemplaza por la semilla del manzano. Entonces dice:
“Sabiendo esto que el viejo árbol ha sido quitado para que el es¬pino fuera destruido, a fin de que desde ahora en adelante no produ¬jera más espinas". Nadie tendrá la mínima dificultad en ver estos principios operando en la naturaleza. Vea los mismos principios de obrar en el mundo espiritual, y la comprensión será igualmente clara con respecto a una limpieza preliminar a la victoria sobre el problema del pecado.
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F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad Empty Re: F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad

Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:45 pm

LIBERACION

Suficiente estudio ha sido dedicado hasta aquí a la investigación de este problema. De este estu-dio ha de ser claro que nosotros hace¬mos lo que hacemos, no a causa de las debilidades o fuerza de la vo¬luntad, sino debido a lo que somos. Mientras nosotros tengamos la ley del pecado y de la muerte, tendremos la fuerza del mal la cual to¬mará control de la carne y sangre humana usando al cuerpo como instrumento de acuerdo con la voluntad del esclavizador, sin respetar el conocimiento, los deseos o la conciencia de la mente.
Por lo tanto, para ser liberados de este poder, el individuo tendrá que erradicarlo directamente, y una nueva vida será puesta en su lugar. No hay otro camino para la experiencia del nuevo nacimiento. No hay otro camino que pase de la esclavitud de Romanos siete a la libertad de Romanos ocho.
Mientras este reconocimiento del problema y la necesidad es vi¬tal para adquirir la liberación, la pregunta sin embargo ha de ser res¬pondida con respecto a cómo pasar de la esclavitud a la libertad.
Yo recuerdo muy bien cuando presenté este estudio por primera vez a una familia. Muy cuidado-samente yo expliqué el problema jus¬tamente como lo hemos hecho hasta aquí en esta publicación. En es-ta fase completa del estudio, nosotros hicimos una pausa para un descanso.
La esposa dijo: “sabe Usted que nosotros oímos un sermón jus¬tamente igual a éste, unas pocas semanas atrás”.
“Verdad que sí” dijo el esposo. “El predicador extendió el proble¬ma mucho más de lo que Usted lo ha hecho aquí. Lo escuché cuida¬dosamente porque deseaba entender el problema y su solución. Yo sabía que me hallaba en Romanos siete y deseaba liberación. Pero cuando el predicador hubo terminado de exponer el problema, se sentó. En mi deseo de conocer la respuesta que no la había presenta¬do, yo me levanté y dije, 'pastor Usted nos ha dado a conocer el problema. Ahora, por favor, díganos la so-lución. Díganos cómo po¬demos ser liberados de ese poder.'
“En ese momento el pastor se puso en pie v dijo muy tristemente, perdone. Yo no puedo decirle a Usted cuál es la solución, porque todavía no he encontrado la respuesta para mí mismo. Tal fue mi desi-lusión que no pude decir nada más, y volví desanimado a sentarme”. Por un momento el hombre per-maneció sentado pensando sobre la experiencia pasada. Entonces volviéndose me dijo: “¿Va Us¬ted también a traernos el problema y a dejarnos sin la solución?”
Yo fui muy feliz al poder decirle que hablamos pausado por un momento y que la solución estaba para continuar en muy claros tér¬minos. Por tanto en esta publicación no lo dejaremos a Usted con el problema solamente. Nosotros presentaremos la solución en térmi¬nos muy claros.
El evangelio es la solución. Él es el poder de Dios para salvación del pecado. Usted muy bien puede preguntarse, con relación a por qué no ha sido salvo del pecado, si el evangelio es en sí mismo el poder de Dios para efectuar esta liberación. La respuesta es que el evangelio no es el poder de Dios para salvación de todos.
Leamos en Romanos 1:16, y cuidadosamente veremos esto. Allí ha de ser visto que Pablo no dijo: “porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todos”. Aun¬que Pablo usó estas palabras en este exacto orden como aparecen escritas, no dijo lo que esas palabras dicen, si nos detenemos en este punto. Lo que él dijo es que el evangelio es el poder de Dios para sal¬vación “a todo aquel que cree”. Esto hace toda la diferencia en el mundo. El evangelio es solamente bellas palabras para el incrédulo, pero para el creyente, es el poder de Dios para salvación del pecado.
El apóstol Juan declara la misma verdad en las palabras; “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4).
Si uno preguntara al cristiano común y corriente de hoy; “¿tiene Usted fe?” Uno recibiría la res-puesta inmediata que él se siente seguro de que tiene fe. En un sentido la respuesta es correcta, porque la per¬sona tiene fe en la Biblia como la palabra de Dios. Él tiene fe en Dios que es el Ser supremo. Él debe creer que el pecado recibirá su castigo y que sólo en Jesús la salvación puede ser hallada.
Pero uno puede tener fe en todas estas cosas y sin embargo no tener la fe para tener el evangelio como el poder viviente de Dios para salvación del pecado. Es cierto decir que cualquiera que está ya en la experiencia de Romanos siete no tiene la fe que es la victoria que ven¬ce al mundo. Fe no sólo trae la victoria. Ella es la victoria. Por lo tanto, si Usted tiene la fe de la cual Pablo habla en Romanos y Juan en su epístola, entonces no está en la experiencia de Romanos siete, sino en la liberación de Romanos ocho.
Es de esta fe que Jesús habló cuando dijo: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Luc. 18:8). Esta clase de fe que trae liberación del pecado no es usualmente poseída por el mundo de hoy. Jesús conocía que esto sería así, y es por esta razón que Él formuló la pregunta la cual significaba que no esperaba en¬contrar mucho de esa fe cuando viniera.
Sin embargo sin fe, la victoria es imposible. Por lo tanto cómo ejercer esta fe será hecho muy cla-ro. Volvamos a la historia del oficial del rey que vino a Jesús desde Capernaum para rogarle que sanara a su hijo.
“Vino, pues, Jesús otra vez a Canán de Galilea, donde había con¬vertido el agua en vino. Y había en Capernaum un oficial del rey cuyo hijo estaba enfermo. Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Ju¬dea a Galilea, vino a Él y le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir. Entonces Jesús le dijo: Si no vieres seña¬les y prodigios, no creeréis. El oficial del rey le dijo: Señor desciende antes que mi hijo muera. Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron nuevas, di-ciendo: Tu hijo vi¬ve. Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a estar me¬jor. Y le dijeron: Ayer a las siete le dejó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con toda su casa. Esta segunda señal hizo Jesús, cuan¬do fue de Judea a Galilea” (Juan 4:46-54).
Lo que este hombre buscaba era saneamiento físico para su hijo quien estaba tan enfermo que no se esperaba que viviera más de unas pocas horas. Obviamente los médicos terrenales lo habían declarado como desahuciado para que muriera, habiendo hecho todo lo que pudieron hacer para salvarlo.
Mientras esto es una historia concerniente al ejercicio de la fe con respecto al sanamiento físico, hay lecciones de directo valor para no¬sotros con respecto al sanamiento de las enfermedades espiritua-les. En realidad, el profundo propósito del trabajo de Cristo en el sana¬miento de las enfermedades físi-cas fue enseñar de su poder y el ca¬mino para recibir liberación de las enfermedades espirituales. Si no-sotros solamente miramos a Cristo como a alguien que tiene poder para sanar la lepra, la parálisis, etc, entonces hemos fracasado al leer el real mensaje de su ministerio salvador. En la palabra de Dios, la en-fermedad es un símbolo del pecado. Ver Isaías 1:4-6. Además, es un adecuado símbolo del pecado.
Compare lo que nosotros ya hemos estudiado acerca del proble¬ma del pecado, con el problema de la enfermedad. El hombre enfer¬mo tiene una mente y tiene un cuerpo. En esa mente él desea hacer cier-tas cosas, pero la enfermedad es un poder que reside en su carne y toma el mando en él, de modo que no puede hacer las cosas que quisiera hacer. Hasta que la enfermedad haya sido destruida, no tiene la esperanza de hacer las cosas que deseaba hacer. ¿Qué más perfec¬to cuadro podría Usted conseguir para ilustrar los tres aspectos natu¬rales del problema del pecado que este problema de la enfermedad? Difí-cilmente podría haber otro.
Así, entonces, como el oficial del rey que viajó desde Caper¬naum hasta Caná para buscar la ayuda de Cristo, iba buscando una solución para un problema que es idéntico al problema del pecado. Él necesitaba erradicar la enfermedad dominante del cuerpo mismo del muchacho, justamente como noso-tros necesitamos quitar el pecado dominante de nuestros mismos cuerpos.
Sin vacilar fue a la única Persona que podía ayudarlo, y esa era Jesús. Él iba buscando aquello que el Señor deseaba que él tuviera. Por lo tanto, fue a buscar a la persona real para el deseo real. Pero Je¬sús rehusó honrar su petición. Este rechazo no fue porque Cristo eli¬giera hacerlo de esa manera o porque el hombre no estuviera en los favores de Dios. Cristo no lo aceptó, porque la forma del oficial venir a Él hizo imposible que Cristo sanara a su hijo.
Muchas veces nosotros nos hemos arrodillado en oración pi¬diendo perdón por un pecado rogando al Señor que nos diera la vic¬toria y sin embargo ser hallado que el pecado estaba allí como si nosotros nunca hubiéramos orado. Nosotros hemos ido por nuestro propio camino enredados y perplejos, de este modo inhabilitados pa¬ra entender por qué el Señor no contestó nuestras oraciones. Por tan¬to, este hom-bre se hubiera ido por su camino para hallar a un hijo muerto en el hogar si no hubiera visto el error de la forma como había venido a Cristo y revisado la forma de la verdadera ciencia de la ora¬ción. Fue en-tonces cuando el vino creyendo que su oración fue oída y contestada.
Jesús no dejó ir a este hombre en la ignorancia con respecto a la carencia de su fe. Él le dijo tris-temente: “si no viereis señales y pro¬digios, no creeréis« (Juan 4:8). Decirle a este hombre “no creeréis”, es decirle en el lenguaje más claro, Usted no cree aún, Usted es un incrédulo.
No debe ser pasado por alto el hecho de que este hombre sabía que tenia una gran necesidad. Us-ted conoce esto también. Él sabía que ningún poder terrenal podía sanar a su hijo. Asimismo Usted co-noce que ningún poder sobre la tierra puede salvarlo del pecado. Este hombre fue a Cristo con su peti-ción. Por lo tanto, también, Usted ha ve¬nido a Cristo con su ruego para ser salvo de sus pecados. Este hombre oró a Cristo, porque poner una petición delante de Cristo es orar. Por tanto Usted también ha orado a Cristo muchas veces.
Sin embargo Cristo le dijo en términos claros que, a pesar de to¬do, él era un incrédulo. Cristo no podía hacer nada más por él.
Esto es decir, que, habiendo hecho todo lo que Usted ha hecho para adquirir la victoria sobre su pecado, si todavía se halla en Roma¬nos siete, entonces es un incrédulo también. Si es un incrédulo, en-tonces necesita entender la forma de fe, la fe que obra por el amor y purifica el alma.
¿Cómo vino este hombre a Cristo? Las palabras de Cristo nos re¬velan eso. “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis”. En otras pa¬labras, el hombre vino a Jesús con una petición. Él puso su solicitud delante de Él. Entonces esperó si Jesús podía cumplir su petición. Si Él podía hacerlo, entonces se convertiría en un creyente de Cristo.
Esta no es la manera de la fe salvadora, y jamás puede ser esta la manera de la fe salvadora. Con todo, si cada uno de nosotros, con la más grande franqueza, revisáramos la forma en la cual hemos veni-do a Dios en oración, entonces encontraríamos que hemos venido justamente como el oficial del rey lo hizo. Hemos venido al Señor y le hemos pedido que nos bendiga. Entonces nos hemos ido para ver la bendición derramarse delante de nosotros, preparados para creer que tenemos el don que ha sido prometido. En realidad, esto sería asegurar que si el Señor nos da la bendición que solicitamos, nos sorprenderíamos al verla cumplida.
El gran momento de la verdad llegó para el oficial como puede llegar para nosotros si estamos en la experiencia de la fe salvadora. Cuando el Salvador habla a nosotros palabras de reproche, entonces el Espíritu de Dios como Uno quien condena de pecado, toma esas palabras en lo profundo de la concien-cia para revelarnos los defectos del carácter. Por consiguiente, las palabras de Cristo fueron suficientes bajo el ministerio del Espíritu para revelar al hombre la clase de incre¬dulidad que plagó su corazón. Como él viera lo que el Salvador tenía para mostrarle, tuvo que haber aceptado el reproche. Él tuvo que ha¬berse aferrado al poder que vio revelado en la vida de Cristo, su fe tu¬vo que asirse a ese poder porque la reacción del Salvador ante la siguiente oración que el oficial hiciera, fue diferente de la primera.
El hombre suplicó a Jesús con estas palabras: “Señor, desciende antes que mi hijo muera”. Hay una diferencia en esta oración. No se puede discernir la dife¬rencia de los términos de la oración misma, pero nosotros sabemos por el proceder divino que hay una diferencia. La primera trajo sólo una triste reprensión, la segunda trajo la liberación. ¿Cuál es la dife¬rencia? La diferencia ahora es que el hombre es un creyente. Nosotros sabemos esto, porque las Escrituras lo dice así: “y el hombre creyó las palabras que Jesús le dijo, y se fue”.
Caná no estaba a gran distancia de Capernaum. No era más que veinticinco kilómetros de distan-cia. Cristo habló con el padre del muchacho a la séptima hora, lo cual es cerca a una hora después de mediodía, de modo que el padre podía muy fácilmente haber cami¬nado al hogar en esa misma tarde. Pero él no quiso hacerlo. Pero así lo habría hecho, si hubiera necesitado ver con sus propios ojos que el muchacho en verdad estaba sano.
El sabía que el muchacho estaba bien. Cuando llegó al hogar al día siguiente, los siervos le dijeron sólo aquello que la fe le había dicho el día anterior. Sin duda fueron sorprendidos por la ausencia de la sorpresa en él con relación a su anuncio.
Compare ahora la forma tan diferente con que este hombre vino a Cristo. Esta es la comparación de un creyente con uno no creyente. En el segundo caso, él vislumbró el poder que reside en Jesús como el Hijo de Dios. Su fe se aferra a ese poder viendo en él la respuesta completa a su necesidad. Entonces pidió el don, se aferra a él por la fe, sabe que ya es suyo, y entonces se va por su camino, consciente de que la bendición que ya posee será ejercida cuando él más la ne¬cesite.
En esto nos es revelada la fórmula del éxito del camino de la fe. Primero, nosotros tenemos un conocimiento cabal del problema que afrontamos. Con qué frecuencia en el pasado Usted ha venido a Dios suplicando perdón por lo que ha hecho sin un reconocimiento real del problema y suplicando para que sea quitada la ley del pecado que está en sus miembros. Esta ha sido una seria deficiencia de enten-der de que nosotros estamos realmente tratando con el problema del pecado, una deficiencia que debe ser vencida antes de que nosotros podamos orar inteligente y exitosamente.
En segundo lugar, hemos de conocer las promesas de Dios hasta que ellas sean no meramente pa-labras en la Biblia, sino que sean el poder mismo de Dios para nosotros. Para que esto llegue a ser, tie-nen que ser leídas y estudiadas, hasta que sean absorbidas por nuestro mismo pensamiento hasta el pun-to de que lleguen a ser parte nuestra.
Aunque con mucha frecuencia me he parado delante de un gru¬po de profesos cristianos y les he pedido que repitan las grandes pro¬mesas de la Biblia de una victoria personal sobre el pecado, he halla-do que la gente es incapaz de hacerlo. Para aquellos que desean tener y mantener una victoria personal sobre el problema del pecado, estas promesas tienen que ser parte del individuo mismo. Ellas deben es-tar verdaderamente allí, listas para fluir de los labios en respuesta a cual¬quier ataque del enemigo o a cualquier sugestión de duda al poder de Dios para salvar del pecado.
No intentamos dar una lista comprensiva de todas las grandes promesas de la Biblia, porque ellas son tan numerosas así como son tan poderosas y efectivas para salvar de la ley del pecado y de la muer-te. Cada persona debe indagarlas por sí mismo. Aquí están algu¬nos ejemplos para aquellos que desean hacer un comienzo en colec¬tar estas cápsulas de poder.
“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros” (Rom. 6:14). Lea estas palabras hasta que co-nozca que ellas son la promesa perso¬nal de Dios para que el pecado no tenga dominio sobre Usted.
“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Cor. 10:13). Como un padre nunca le permite a su hijo afrontar peligros demasiado grandes por su tierna edad, de es¬te modo el Señor no permite que una tentación venga a Usted que sea tan pesada para llevarla. Para toda tentación, Él ha provisto la sali¬da de liberación, de modo que no hay excusa para ninguna clase de pecado. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
Por tanto nosotros podemos marchar sin detenernos, pero es mejor que cada persona indague las promesas por sí mismo. Aquí es¬tán algunas referencias más. Mat. 1:21; Juan 8:36; 1 Cor.15:35,57; 2 Cor. 2:14; Gál. 3:14-21; Fil. 1:6; 1 Tes. 4:3; 5:23,24; 1 Pedro 1:5-1; 2 Pedro 1:4; y Judas 24. En el An-tiguo Testamento, Salmo 24 y 46 son par¬ticularmente promesas de poder para la liberación. Absorber también la fuerza del contenido en Eze. 11:19-20; 36:26.
El gran objetivo con el conocimiento de las promesas es edificar la fe la cual obrará la purificación del alma. Cuanto más sean leídas y estudiadas y hechas propias, tanto más edificarán la fe en la experien¬cia y vendrá al clímax en donde Usted se hallará asido del poder expe¬rimentando la liberación que sólo ese poder puede traer. Fe no es algo que nosotros la tenemos por naturaleza. Es algo que no podemos ge¬nerar en nosotros mismos. Esto es imposible. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la pa-labra de Dios” (Rom. 10:17).

Cuando la meta es alcanzada y la fe viviente se halle sostenida creyendo en las promesas de Dios, entonces es tiempo para dar el ter¬cer paso. Este es el de venir a Cristo y pedir la bendición. No hacer la vieja oración la cual ha fallado en traer el éxito por mucho tiempo, “Señor, yo he pecado. Por favor perdóname ese pecado y ayúdame para no volverlo a cometer”.
Este tipo de acercamiento a Dios no le ha traído victoria en el pa¬sado, y no se la traerá en el futuro tampoco. Ha de haber un cambio justamente como el oficial del rey tuvo que cambiar su acercamiento a Jesús. En cambio, Usted tiene ahora que orar en este sentido: “Se¬ñor, yo he llegado al punto donde veo que el problema real ha sido hallado en esta naturaleza mala, la cual está en mí. Es “la ley del peca¬do", “la ley de la muerte”, “el cuerpo de muerte”, “la mente carnal” y “el corazón de piedra”. Mientras aquello esté allí, yo soy un árbol malo y solamente puedo llevar malos frutos porque mi cuerpo está bajo el control de ese poder. Señor, tú has prometido quitar el cora¬zón de piedra y al mismo tiempo darme uno nuevo. Yo explícitamente creo que harás esto, y por eso te doy este viejo corazón. Quítalo de mí. No lo necesito más. Entonces, al mismo tiempo, pon uno nuevo en su lugar. Hazme participe de tu divina naturaleza. Por la fe, y por lo tanto en hecho, recibo esta bendición y te doy gracias por ello. En el nombre salvador de Jesús. Amén”.
Si la fe viviente ha llegado a ser su posesión, entonces en esta oración Usted no esperará ver la bendición venir delante suyo, por¬que sabe que ya la tiene. Conocerá directamente que allí en ese mo-mento ha sido liberado, que el pecado no tiene más dominio sobre Usted y que ha llegado a ser un ver-dadero hijo de Dios por fin. Resista a todo costo la tendencia humana de desear, de esperar, de ver los resultados antes de creer. No espere sentir que ha sido transformado. Créalo, porque la palabra de Dios así lo dice, y hallará rápidamente que es así.
El oficial del rey no esperó ver a su hijo vivo y recuperado para creer que estaba completamente sano. Él no necesitó verlo, porque tenía la palabra de Dios por medio de Cristo que era así, y eso fue sufi¬ciente. La fe descansa en la palabra de Dios, no sobre sentimientos lo cual cambia fácilmente de un día a otro. Por lo tanto, comprenda dón¬de está Usted con relación a Dios, observe la palabra de Dios y permí¬tale, no por sensación, ser su respuesta.
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F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad Empty Re: F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad

Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:45 pm

MI TESTIMONIO

El apóstol Juan declara: “Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también voso-tros tengáis comunión con no¬sotros” (1 Juan 1:3). Aquellos que mejor pueden ayudar a su próji¬mo, son los que dan testimonio de su propia experiencia personal. Ellos pueden decir lo que conocen, no una mera teoría de lo que podría ser. Por consiguiente, yo quiero decir cómo esto obró en mi vi¬da como ga-rantía a otros de que este es un camino seguro al éxito. Mucha gente alrededor del mundo desde que oyeron la misma pre¬sentación, pudieron contar la misma historia del éxito por este mensaje.
En 1953, me uní al personal de un colegio misionero como pro¬fesor. En los años siguientes fui elegido anciano de la iglesia. Yo ama¬ba a la iglesia y llegué a estar absorbido por sus actividades. En-tendía y amaba las doctrinas y predicaba el mensaje con formalidad y entu¬siasmo. Creía y estaba tan seguro de la salvación como cualquiera que lo puede estar, y descansaba día tras día en la esperanza de la vi¬da eterna.
Yo gozaba de buena reputación y vivía una “buena” vida, pero interiormente tenía problemas so-bre los cuales no podía ganar la victoria. Fui profesor de carpintería y me parecía que los muchachos no podían hacer bien los temas teóricos que eran asignados en esta clase. Algunos de esos muchachos de-sarrollaron una fuerte resistencia por aprender, hasta que la clase llegó a ser la escena diaria de lucha entre mi esfuerzo por enseñarles y su resistencia por aprender.
Hallé que mi paciencia era probada más allá de los límites, de modo que mi furia fue generada contra ellos. Hubo ocasiones cuan¬do yo podía muy satisfactoriamente haber golpeado sus cabezas con-tra la pared. Pero había una constreñidora influencia que me dete¬nía de hacerlo. Yo tenía buena reputa-ción conservada. No deseaba la censura de los principales de la junta administrativa, por tanto, disi-mulaba mi ira y la mantenía escondida, de modo que con mucha difi¬cultad mostraba la otra cara.
Si Usted toma una olla de vapor y prende suficiente fuego debajo de ella, y ésta se encuentra herméticamente cerrada, es verdad que lo soportaría un tiempo. Pero la presión se acumulará más y más. Si el fuego fuera quitado por un momento, la presión bajaría sin que ha¬ya el arranque de explosión, pero si el fuego debajo de ella continúa en su vigor, el tiempo llegará cuando la olla comienza a pitar. Cuanto más tiempo la olla sea mantenida contra la acumulación de la presión tanto más grande será la explosión al final.
Por tanto así fue conmigo. Como la presión de la tentación sobre mí durante la semana calentara mi ira día tras día, yo cerraba todas las salidas de escape, de manera que la ira en mi no podía fugarse. Pero permanecía allí, de modo que el tiempo había de venir cuando mi ira explotaría. Cuanto más tiempo yo resistiera esta tentación de ira, peor sería la explosión cuando el momento llegará. Usualmente esto suce¬día en el fin de semana cuando estaba en el hogar. Por tanto mi espo¬sa e hijos eran los recipientes de la ira que otros habían generado.
Cuando toda la presión de mi ira era descargada, entonces yo me sentía culpable y con remordi-miento. Venía al Señor para pedir perdón y prometer muy seriamente que nunca volvería a cometer es¬te error otra vez. Con firme y decidida determinación volvía al salón de clase para hallar todo proceder repetido. Otra vez, la actitud de los muchachos agitaría mi ira. Otra vez, yo cerraría las salidas de esca-pe. Otra vez, iba a sentir el aumento de presión y la explosión. Otra vez, debía haber el arrepentimiento y la súplica por el perdón. Luego vendría otro fracaso.
Yo estaba intentando y fracasando, pecando y arrepintiéndome, pecando y arrepintiéndome por repetidas veces. Esta era una expe¬riencia de Romanos siete sin duda. No podía comprender y el libro de Romanos me parecía el libro más difícil de la Biblia para entender. Buscaba las respuestas. Escuchaba a otros predicadores para ver lo que ellos decían acerca del asunto, pero por todos lados era evidente que aun la mayor parte de los dirigentes estaban experimentando las mismas frustraciones como yo.
Así que establecí una protectiva filosofía que colocaba mi si¬tuación dentro de una experiencia de salvación. Sabía que era dili¬gente y sincero, que estaba haciendo lo mejor que podía y que en el gran día del juicio el Salvador diría: “Este hombre hizo lo mejor aun cuando vivió una vida de pecado sobre la tierra. Por tanto lo perdona¬remos y le daremos un lugar en el reino".
Luego vino el día cuando me encontré con un joven que estaba realmente lleno del brillo de una experiencia de liberación. No había nada que tanto deseara hablar más que de este tema. Al comienzo de su conversación conmigo me pareció semejante a un lenguaje extra¬ño, porque él estaba hablando de una experiencia y de una vida de la cual yo nada sabía.
Entonces de repente se dirigió a mí de la manera más directa. “¿Usted sabe lo que significa tener una victoria sobre todo pecado co¬nocido, cada día?” él preguntó.
Yo me reía a sus espaldas por eso. “¿Por qué?”, le dije incrédula¬mente. Yo he buscado por diez años esta clase de experiencia. No hay nadie que haya orado diligentemente o tratado con más firmeza que lo que yo lo he hecho para obtenerla. Tengo sin embargo que hallar a otra persona que la tenga. Mire, trato de hacer lo mejor cada día. Cuando el día termina yo pido perdón por mis pecados. Yo creo que Dios me perdona y el día de la resurrección Dios me aceptará de la mejor manera posible, y creo que yo seré salvo”.
Yo nunca olvidaré su respuesta. No en palabras sino en su mira¬da. La expresión de su rostro cla-ramente decía: “hermano Usted ne¬cesita ayuda y su necesidad es urgente". Ese mensaje que él me dio a través de su mirada hizo una profunda impresión en mí, de modo que cuando me preguntó que sí podía venir a darme estudios Bíblicos sobre el tema, rápidamente hice arreglos para eso.
Supongo que nunca se me ha dado un estudio más extraño que ese. Él me leía un texto de las Es-crituras. Luego hacía un esfuerzo para comentarlo y darle una explicación, pero parecía estar confundi-do y luego volvía al siguiente texto para defenderse a sí mismo. De esta ma¬nera el estudio progresaba de modo que no aumentaba más que la lectura de un texto después de otro. Yo muy fielmente copiaba todos los textos en un papel.
Al terminar discutía los argumentos de incredulidad, y luego él se iba. Estaba seguro que se iba como un hombre desanimado comple¬tamente persuadido que yo era un pobre sujeto por quien trabajar con el mensaje de liberación.
Pasaron varios días durante los cuales el poder de esos pasajes obraba en mi mente. No había nada claro o bien definido. Esto me re¬cordaba del hombre ciego que comenzó a ver. “El, mirando, dijo: veo los hombres como árboles, pero los veo que andan” (Mar. 8:24).
Cuatro dais pasaron. Esto fue un miércoles por la tarde. Yo vine a la casa durante un rato de rece-so, y me senté con la lista de textos de las Escrituras. Comencé a leerlos una y otra vez. “Porque el pe-cado no se enseñoreará de vosotros”. “Pero gracias sean dadas a Dios, que nos dio la victoria por medio de Cristo Jesús”. “Quien es podero¬so para guardaros sin caída".
Mientras yo leía cada texto lo hacia con reflexión y despacio de¬jando que el significado del texto entrara en mi mente. Sé que el Espí¬ritu Santo estaba allí para iluminar la Palabra de Verdad. Por lo tan-to, continuaba estudiando la serie de textos en la lista y cuando llegué al tercero me vino una tremenda convicción. Hasta ese momento yo ha¬bía creído que no podía vivir sin pecado. De repente la terrible implicación de esta creencia vino a mi mente con poderosa fuerza. Yo vi que si creía que pecaría cada día, entonces era creer que Satanás era más fuerte que Cristo y que el pecado era más fuerte que la jus-ticia. En el instante entendí este hecho, vi que mi vida no había sido un testi¬monio por el poder de Dios, sino por el poder de Satanás. Lo que hizo a ese testimonio tan eficaz por Satanás, fue el hecho de que yo soste¬nía la posición y mantenía la profesión que hacía.
Ahora el Espíritu Santo pudo hacer el trabajo. De repente vi se¬pararse de mí todo aquello en lo cual había confiado como una evi¬dencia que era un hijo de Dios, mi conocimiento, mi celo, mi posición, mi amor por la verdad como yo la había entendido. Todo esto ahora nada significaba hasta entonces como seguridad al respecto. Me vi co¬mo Dios me vio inválido, perdido, eternamente condenado. Allí ro¬dó sobre mí la negrura de una terrible desesperación, la obscuridad del terrible reconocimiento que no me levantaba en la resurrección de los justos. Nunca he conocido un momento más terrible en mi vida, y pu¬de entender lo que los impíos sentirán cuando parados alrededor de la ciudad de Dios reconozcan que están eternamente perdidos.
De algún modo, y no sé como, el Señor me dio la sincera hones¬tidad para admitir que todo esto era realmente verdad. Yo no retroce¬dí para argüir que era un anciano de la iglesia, un profesor del cole-gio, un hombre bien versado en las Escrituras, un predicador, un hombre de buena reputación y de sa-crificado celo por la causa de la verdad. Yo agradezco al Señor por esto, y suplico a cada lector que cuando el terrible momento de la verdad llegue, Usted lo afronte y lo acepte tal como es; si ahoga las convicciones que el Espíritu Santo le trae, cerra¬rá las puertas al siguiente trabajo de gracia hecho para Usted. Aquello sería eternamente desastroso.
El Señor nunca hiere sin curar. En aquel mismo momento que me vi como un inválido y perdido pecador y acepté las verdades de esto, el Señor abrió delante de mis ojos las promesas como nunca lo había visto antes. Fueron como si ellas hubieran sido escritas para mi personalmente. Una fe viviente saltó en mi corazón mientras yo me posesioné de la Palabra viviente. Caí de rodillas e hice una nueva ora¬ción la primera en mi vida. “Señor, veo que el problema no es lo que he hecho, sino por lo que yo soy. Esta mala vida en mí, es la fuente del problema. Semejante a una enfermedad, ella es el señor de mi cuerpo, de modo que no puedo hacer las cosas que deseo hacer, y que se que debo hacer. Aquí está la vieja vida, quítala y dame nueva vida en lugar de la vieja. Señor, te doy gracias por esto, en el nombre salvador de Jesús. Amén”.
Me puse en pie. Por todo mi ser entero fui consciente que había nacido otra vez. No fue un senti-miento. Yo no sentí ninguna cosa dife¬rente. Fue una convicción. Fue el testimonio de la fe basada en la pa¬labra de Dios. Fue la misma conciencia que guió al oficial del rey a tomar muy pausadamente su ca-mino de regreso al hogar porque sa¬bía que su hijo estaba sanado. No había necesidad de correr para sa-ber como estaba su hijo. Yo lo sabía también, y lo supe entonces. Lo visible vendría después como en el caso del oficial del rey.
En aquellos días nosotros éramos dueños de un carro. Mi esposa lo conducía a la ciudad con fre-cuencia, pero ella no lo retornaba otra vez. Había ocasiones cuando yo recibía llamada telefónica de ella, de¬bido a que se encontraba con problemas del carro. Dejar mi trabajo para ayudarla, resultaba de lo más inconveniente en ocasiones, y an¬tes de los días de mi liberación me irritaba por este motivo. En mi bra-vura y en mis intolerantes palabras le decía a ella eso también. A través de esos problemas nuestro hogar estaba en peligro de ser destruido. Yo me sentía muy mal acerca de mi mala conducta des¬pués que todo terminaba, y confesaba mi pecado y determinaba que esto no volvería a suceder. Recuerdo el día cuando ella llamó una vez más, pensé que había de portarme paciente y con dulzura. Todo marchó bien por algunos instantes. De pronto la llave resbaló. Se gol¬pearon los nudillos de mis dedos. La ira se levantó en mi y pronto el torrente de palabras fluyó. Un sentimiento de tristeza vino sobre mí. Me fui a casa frustrado e incapaz de entenderme a mí mismo.
Cuando el día de liberación vino, no sentí nada diferente dentro de mi. No había ninguna presión particular sobre mi hasta entonces. El fuego hirviente estaba fuera, y había sido un tiempo de descanso y vivía feliz día tras día. Luego llegó el viernes por la tarde cuando una vez más mi esposa había llevado el carro a la ciudad, tuve la llamada de apuro desde un pueblo a cuatro kilómetros de distancia.
Sin pensarlo dos veces en lo que se refiere a la manera como debía portarme, salí para ayudarla tan pronto como fue posible. Empecé a reparar el carro, y cuando no funcionó, envié a mi esposa al hogar con un vecino que en ese instante pasaba por allí. Finalmente tuve que remolcar el carro de regreso a la casa. Luego fui al hogar para co¬mer. Después de haber asistido al servicio de la noche en la capilla, regresamos al hogar para el descanso de la noche.
Mi esposa se había acostado muy cuidadosa y pensativamente. No presté ninguna atención al res-pecto, hasta que ella de repente me dijo: “¿Qué ha pasado contigo?”
Yo no tenía la menor noción a lo que ella se estaba refiriendo, y le pedí que me explicara. En res-puesta, ella me dijo: “Algo ha pasado contigo y quiero saber que fue eso”. Otra vez le dije que no sabía a qué se estaba refiriendo y le pedí una explicación.
“Esta tarde yo esperaba en el sitio del incidente como era usual, recibir tus bruscas acusaciones cuando llegaste. Pero en lugar de eso, simplemente hiciste lo que podías y me enviaste a casa. Estuve muy contenta al regresar, pero me decía a sí misma que cuando vinieras a casa, allí sería ultrajada. Pero cuando hubiste llegado aún no decías nada. Yo pensé, cuando la hora de la comida llegue entonces vendrá el problema, pero otra vez te vi en paz y de una manera tranquila. Fi¬nalmente concluí que te habías restringido de hacerlo en esa hora, pe¬ro que cuando vinieras cansado al final de la reunión, y cuando fuéramos a dormir, entonces esto por fin vendría. Pero no lo ha habi¬do aún. Algo te ha pasado y quiero saber que fue eso”.
Fue entonces cuando la visible evidencia estuvo delante de mí del gran cambio que había tomado lugar en mi vida. Inmediatamente conocí que durante mi proceder había actuado fuera de la persona que ahora era, como previamente había actuado fuera de la persona que entonces había sido. Mientras que anterior a esto mis reacciones naturales eran una continua impaciencia e ira, eran ahora paz y pa-ciencia. La maravilla de todo eso me abrumó que no pude responder, mientras en mi corazón surgió el testimonio de mi alma: “De parte de Jehová es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos” (Salmo 118:23).
Querido lector, cuando Usted llegue a ese punto donde conoce dentro de sí mismo la maravillosa e interna transformación y vea el trabajo sobrenatural de esto y al mismo tiempo nuevo y diferente a las presiones de la vida, entonces, conocerá y entenderá como yo me sentí en ese momento.
Muchos años han pasado desde entonces. Yo estoy muy conten¬to por lo que ellos fueron, porque esos han sido años en los cuales el poder de esta verdad ha sido experimentado en la batalla de la vida. Yo lamento que no pueda testificar nunca de haber pecado en ese tiempo, pero puedo regocijarme y testificar que la preciosa realidad todavía trabaja exactamente como lo hizo en aquella ocasión. Cuan¬do yo he pecado siempre ha sido mi falta. He sido falto de fe, he sido descuidado de mantener mi conexión con el poder de Dios. Nunca ha sido falta de la verdad de Dios.
Pero la vida ha sido tan diferente desde esos días de fracaso. Era entonces, una continua repeti-ción de las mismas contiendas contra los mismos pecados sin poderlos repudiar del circulo vicioso de pecar y confesar con el mismo problema año tras año. Ahora todas esas co¬sas han quedado atrás, mien-tras la obra de victoria se ha movido dentro de nuevas áreas, y de este modo nueva luz viene conti-nuamente. El libro de los Romanos no es más un misterio. Me es pla¬centero leerlo ahora porque puedo entender lo que Pablo está diciendo.
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Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:46 pm

NO DE LA ESCLAVITUD A LA ESCLAVITUD

A este punto, una aclaración debe ser dada contra la equívoca impresión que muchos han adqui-rido de las verdades presentadas hasta aquí en estas páginas. Frecuentemente las personas me han di-cho, mientras les he leído de la verdad de Dios, que la vieja natura¬leza ha de ser removida y una nueva naturaleza ha de tomar su lugar, “esto significa que Usted no puede pecar más. Esto significa que debe
ir directamente al cielo”.
Esto no significa tal cosa, porque nosotros no pasamos de la esclavitud a la esclavitud sino de la esclavitud a la libertad. Mientras que la persona bajo el control de la mala naturaleza no es libre para hacer las obras de justicia, el cristiano es libre para pecar si él lo desea. Un estudio de la diferencia entre los dos señores hará esto muy claro.
En la situación así como está en Romanos siete, el individuo tiene en el la mente carnal, un señor despótico cuyo poder en alto grado tiene mayor peso sobre la voluntad del individuo. Este esclavi¬zador gobierna la voluntad para servir a todos los deseos de la carne y usar esa carne como un instrumento de iniquidad.

EL HOMBRE DE ROMANOS SIETE Tiene la mente carnal. Un despótico poder que gobierna. LA VOLUNTAD para servir a la carne débil y pecadora.

EL HOMBRE DE ROMANOS OCHO Tiene la mente Divina. Un poder que sirve, no gobierna. LA VOLUNTAD para sujetar la misma carne débil y pecadora.

El hombre de Romanos ocho no tiene la naturaleza carnal. Él tiene la mente divina, la mente de Cristo. Él ha sido creado como nuevo y tiene un nuevo Señor en lugar del viejo. Hay una vital dife-rencia en la naturaleza de estos dos señores. La mente carnal es un despótico esclavizador que gobierna por la fuerza. Pero Dios no go¬bierna por la fuerza. Él gobierna por amor. Dios nunca obliga al indivi¬duo a servirle. Él llama, Él invita, Él ofrece, pero nunca usa la fuerza. Por lo tanto, a menos que la persona haga una definida elección para servir a Dios, ella nunca lo logrará. Cuán diferente es esto a la manera como Satanás gobierna. Una vez que él lo tenga a Usted bajo su po¬der, entonces le servirá quiéralo o no.
Cuando Jesús vino a esta tierra, Él dijo: “Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:28). Este es el gran principio de la vida de Cristo y de su Padre. Por tanto, la mente divina es un siervo que sirve a la voluntad para sujetar y controlar la naturaleza humana de la persona.
Esto no quiere decir que el cristiano que ha nacido otra vez puede usar la mente divina como un siervo, porque no es así. Por el contrario, ese poder maravilloso está allí para servir a la voluntad cuan-doquiera que esa voluntad esté dispuesta a oír el llamado de Dios a obedecer sus justos mandamientos.
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Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:47 pm

EN TERMINOS PRACTICOS.-
Para hacer la situación completamente clara, nosotros solamen¬te tenemos que seguir el trabajo de todo esto, primeramente en el ca¬so del hombre de Romanos siete, y luego el del hombre de Romanos ocho. Para el hombre de Romanos siete la tentación viene la cual ape¬la a los deseos o a las debilidades de la carne. En esta mente, el hombre sabe que esto es incorrecto. Él hace una definida decisión de no hacer las cosas incorrectas y envía al cuerpo las instrucciones con relación a cómo debe actuar en este caso.
Pero la mente carnal es el real señor del hombre. Este poder aho¬ra en él domina la escena para hacer completamente inefectivo la vo¬luntad del hombre, de modo que los deseos de la carne no se man-tengan bajo control sino que se manifiesten en pecado descu¬bierto. De manera que es claro que en esta situación la mente carnal es el centro de control.
En el caso del hombre de Romanos ocho, la situación es diferen¬te. Una vez más la misma tenta-ción viene a la misma carne. Una vez más la mente es llamada hacer una decisión con relación a lo que será hecho, porque cada tentación es un punto de elección. Si la mente en este momento decidiera defi-nitivamente no ceder a la tentación, en¬tonces, con tal que esa decisión sea hecha en fe que el poder de Dios en él, y el poder de Dios de lo alto, se combinan para hacer esa deci¬sión efectiva, esos grandes poderes se levantarán para ayudar a la vo¬luntad a hacer la decisión positiva y victoriosa. La carne será guardada en perfecto control y lo malo del pecado no aparecerá.
No puede ser más enfatizado que es la fe la que da la victoria. El centro de control ha sido trasla-dado de la mente carnal a la voluntad, pero esa voluntad puede únicamente ser verdadera si ejerce su fuerza en la fe que el Señor hará la decisión efectiva. Esta fe involucra la con¬fianza de conocer el poder de Dios para realizarla. Cualquiera que ha¬biendo sido nacido de nuevo, piense que es suficientemente fuerte ahora para resistir el poder del pecado, caerá bajo la tentación con seguri¬dad. “Mas el justo por la fe vivirá” (Rom. 1:16).
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F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad Empty Re: F.T. Wright - De la Esclavitud a la libertad

Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:47 pm

PERSEVERANCIA.-

Por lo tanto, ha de comprenderse que hay una real necesidad de mantener la experiencia viva que ha sido obtenida. “Mas el justo por la fe vivirá”. Pero la fe puede morir y ser perdida. Por lo tanto, ella ne¬cesita no ser solamente conservada, sino desarrollada y fortalecida. La fe es algo vivo y a menos que las cosas vivas estén continuamente creciendo, morirán.
Así que la fe ha de ser diariamente alimentada con la palabra de Dios. El acto de entrar en esta experiencia de liberación del viejo hombre, es llamado, “el nuevo nacimiento” en la palabra de Dios. Es por esta razón que un cristiano es llamado “una nueva criatura”. La persona nuevamente nacida ha comenzado justamente el largo viaje de la vida, y necesita el sustento, de modo que él pueda desarro-llarse en todos los aspectos. Así que desea beber la leche para su sustento. “Desead como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2).
La necesidad de los nuevos cristianos y de los viejos también, es que el estudio diario de la pala-bra de Dios no puede ser pasado por alto. En ello hay fuerza. Sin este alimento espiritual, la fe decrecerá ca¬da vez más, de modo que cuando la poderosa tentación del enemigo venga, Usted seguramente caerá. Caerá aun cuando tenga el poder de Dios.
Usted se puede preguntar, cómo esto puede ser posible cuando es reconocido que el poder de Dios es el más grande poder existente y ciertamente más poderoso que el poder del pecado. Si ese po-der está en nosotros, entonces ¿cómo puede el pecado tener dominio sobre nosotros?
Para mostrar en los más claros términos cómo es que la presen¬cia del poder de Dios en la vida no es la automática garantía para no pecar otra vez, la siguiente ilustración está delante de nosotros.
Un poderoso ejército. tal como el formado por Cesar o Alejandro el Grande, sale a la batalla. Los ejércitos que ellos tuvieron fueron en su tiempo los más poderosos ejércitos en la tierra y ningún ene-migo pudo conseguir un poder para igualarlos y desafiarlos. En consideración a cualquiera de los dos, ha de ser visto que hay dos divisiones en él, el general que comandaba el ejército y el poder colectivo del ejér¬cito que era compuesto de soldados de a pie con sus armas, y los carros y la caballería con sus armas. El general por sí solo no tiene po¬der con el cual comenzar a afrontar la más pequeña fuerza enemiga que pueda venir contra él. Su poder es el poder del ejército, y única¬mente como éste esté dedi-cado a su servicio puede esperar marchar en forma victoriosa. De igual manera el ejército tiene que tener la práctica y la dirección del general, a fin de operar efectiva y eficiente¬mente. El general es el cerebro del ejército y cada cosa depende de la acción correcta de ese cerebro si la victoria ha de ser asegurada.
Sea supuesto que es un poderoso ejército que en toda su trayec¬toria no ha conocido más que la victoria en toda su existencia. Ahora permanece delante de él una de las más grandes batallas para ser pe¬leada ante la conquista de toda el área que tiene que ser lograda. Un enemigo relativamente menos numeroso es desplegado al pie de la cordillera, y una confrontación es necesaria para asegurar el com-pleto control del campo.
Pero el general y sus oficiales han llegado a confiar demasiado en sus habilidades y poder, y por tanto deciden que antes de ir a la ba¬talla, tienen la celebración de una fiesta para tomar licor durante to-da la noche. Por consiguiente el general y sus más importantes oficiales dejan el ejército y su campa-mento, y se dedican durante toda la noche a sus festividades con el resultado de que al siguiente día es-tarán completamente embriagados e inconscientes.
Sea supuesto que el enemigo en ese momento decide hacer un sorpresivo e inesperado ataque so-bre el ejército. Repentinamente se levantan los guardianes, el ejército afronta al enemigo, pero ellos ne-cesitan las órdenes del general para organizar y desplegar sus fuerzas porque el enemigo es astuto y fie-ro. Pero en la condición en la cual el general se encuentra, es incapaz de hacer la menor decisión, por lo tanto no puede dar las órdenes a su ejército que está bajo su control.
Pronto el ejército se encuentra sin un comandante, sin una vo¬luntad y sin sabia dirección. Es el más grande y el más poderoso ejér¬cito sobre la tierra afrontando un enemigo considerablemente más pequeño y débil que el suyo, y debe por lo tanto tener una rápida señal de victoria, pero bajo estas cir-cunstancias ¿quién ganará la victoria? La respuesta es que el más pequeño y débil enemigo será el vic-torioso en el campo.

La equivalencia a la anterior ilustración es como sigue: La gran¬deza del poder del ejército es el símbolo de la presencia del poder de Dios en la vida. Este poder es el más grande y majestuoso en exis-ten¬cia, y no hay nadie que pueda permanecer contra él. El comandante en la experiencia de Romanos ocho es la inteligente y sabia voluntad. El enemigo es la carne, impura y pecaminosa, y a través de la cual el diablo trabaja para efectuar la ruina y la destrucción completa del hombre.
Ahora, mientras que el ejército terrenal es capaz de hacer algo sin la voluntad ni la dirección de su comandante, el poder de Dios en nosotros no puede hacer nada por nosotros sin la correcta acción de la voluntad. Por tanto, si en la hora de la tentación nosotros fallamos hacer las correctas decisiones y resueltamente decir NO, al enemigo, entonces el poder de Dios no puede hacer nada por nosotros y se-re¬mos las víctimas del poder del diablo a través de nuestra carne peca¬minosa.
Esto es algo que es muy poco entendido con el resultado que muchos se encuentran caídos bajo el poder del enemigo cuando sus vidas debieran ser un continuo himno de victoria sobre el pecado. Un es-tudio especial ha de ser dado al papel de la voluntad por un lado, y la pecaminosidad y lo engañoso de la carne por el otro. Nosotros necesitamos como lo hicieron los santos apóstoles, confesar la peca-minosidad de esta naturaleza, y desconfiar de la carne en todo lo que sea posible.
Tal derrota es real cuando la fe es débil, pero no lo necesita nunca ser. La fe puede mantenerse viva y tiene que ser mantenida viva.
Recuerde esto, cuando la nueva vida es dada, es perfecta, justa¬mente como el niño es perfecto cuando nace. Para que el niño crezca en su perfección, tiene que ser adecuadamente alimentado y cuida-do. El Señor provee el alimento, pero nosotros tenemos que dárselo. Dios automáticamente no alimenta al niño día tras día. Esa es tarea de los padres humanos. Por lo tanto, también, Dios provee todo el ali-mento necesario en la Biblia con el cual sustenta al niño espiritual, pe¬ro es nuestra responsabilidad comerlo. Dios no lo hará por nosotros. Una Biblia cerrada es semejante a una despensa sellada. No hace ningún provecho.
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Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:48 pm

VELAD.-

Jesús dijo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el es¬píritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mat. 26:41).
Entrar en la vida cristiana es prepararnos en el ejército de] Señor. El viaje desde ahora en adelante es una batalla y una marcha diaria. Nosotros no estamos en plan de diversión. Nosotros estamos en guerra. El enemigo está en el campo buscando el punto más débil, de modo que pueda consumirnos a la destrucción. “Sed sobrios, y ve¬lad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alre-dedor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).
Ningún ejército puede entrar a la guerra sin colocar guardianes, a fin de que el enemigo no venga sobre ellos sorpresivamente. Así es que la vida cristiana tiene que colocar guardianes cada día. La Biblia revela todas las tácticas del mal, de manera que nosotros podamos conocer dónde y cómo velar para salir a su encuentro con la Palabra de Dios antes, que él pueda ganar ventaja.
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Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:48 pm

LA BATALLA ES DEL SEÑOR.-

No es lo más importante que intentemos pelear con el diablo no¬sotros mismos. El gran conflicto es entre Cristo y Satanás. No intente pelear la batalla de Cristo por Él. Entonces, cuando el diablo venga a Usted entrégueselo al Salvador y permita que Él trate con Satanás. Tan cierto como lo haga, el diablo huirá de Usted porque sabe que Cristo ya lo derrotó.
Ninguna duda hay de que habrá algunos que se reirán de esta ilustración, pero he encontrado que ésta ha sido de gran ayuda para algunas personas:

Usted está en una expedición en las selvas vírgenes del Congo. El día viene cuando tiene que atravesar una particular área. Usted no está familiarizado con el país y con la clase de animales que se en¬cuentran en esta área. Pero un guía le ofrece su servicio. Este hombre ha caminado esta área con mu-cha seguridad durante varias ocasiones. Él conoce el campo y cómo tratar con los animales salvajes. Él viene con todas las armas necesarias para la batalla la cual posiblemente ha de ser peleada.
Después de un momento Usted se encuentra cara a cara con una peligrosa y terrible gorila que se lanza al ataque tan pronto lo ve. Aho¬ra suponga que se afrenta a la fiera peleando a mano limpia. Real-mente demostrará gran valor. Pero como Usted no ha olvidado el guía que ha comisionado, así que, como se lanza contra el gigantesco ani¬mal, llama al guía, “venga rápidamente para que me ayude a pe-lear contra esta gorila”.
Pero ¿qué dirá el guía desesperado? Él gritará: “retírate de ahí. Yo no puedo usar mis armas con-tra ese monstruo a menos que te alejes de ese sitio”.
Así, Usted frustraría el trabajo del guía y haría segura su propia derrota. Por tanto, asimismo, no-sotros tenemos que dejar a Cristo el trabajo que es hecho a su manera. Cuando el enemigo venga, no tra-te de pelear con él “Porque de Jehová es la batalla” (1 Sam. 17:47). “Porque no es vuestra la guerra, sino de Dios” (2 Crónicas 20:15).
Nosotros no somos tan fuertes como Satanás, pero Cristo es más fuerte que él. No podemos sos-tener un argumento contra el diablo. Só¬lo Dios puede hacer eso. Por lo tanto, recuerde siempre que la simple resistencia al diablo ha de ser hecha con el poder de la Palabra y no con su propio poder. Cuando él venga dígale simple y llanamente que está equivocado. El modo acostumbrado a responder a esas ten-taciones no permanecerá por más tiempo en Usted. Las cosas han cambiado y la nueva vida en Usted no hace esas cosas. Tan pronto co¬mo el diablo oye la voz de la fe declarando esas cosas, huye y la tenta-ción desaparece.
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Mensaje  PREDICADOR Lun Mar 12, 2012 7:49 pm

EN CONCLUSION.-
Aquellos que apliquen los principios expuestos en este estudio, hallarán con seguridad que éstos obrarán en su favor como con cual¬quiera. De este modo dejarán atrás la triste experiencia de fracaso que es la porción de la persona de Romanos siete, aun cuando ella conoce lo mejor. En su lugar vendrá la libertad para servir a Dios.
Día tras día Usted hallará que hay un crecimiento en el asunto de mantenerse en desarrollo. Desafortunadamente, vendrán tiempos cuando Usted se desliza y cometerá errores los cuales lo guiarán a pe¬car. Pero no se desanime. Analice lo que ha sucedido para ver dónde falló. Entonces vaya a Jesús para la limpieza quien se la dará abundantemente, y acepte la experiencia como una lección educativa en el futuro, y luego procure la más alta experiencia cristiana.
Para conocer la real belleza del vivir cristiano, debe ser experi¬mentándola. No hay palabras adecuadas para describirla. Aquellos que realmente han obtenido esta experiencia podrán entender las pa¬labras contenidas en este estudio con mayor claridad.
Nosotros tenemos que advertir que este estudio no es la última palabra en el tema de la experiencia y el desarrollo de la vida cristiana. Es esencialmente una guía para entrar en la experiencia inicial del ver¬dadero nuevo nacimiento. Hay muy pocas advertencias sobre el mantenimiento de esa experiencia una vez que haya sido conserva¬da, pero nada ha sido dicho del gran trabajo de reforma de la mente y de la vida que toma lugar como estemos diariamente reeducándo¬nos en los caminos de Dios. Pero no hay necesidad de entender esto hasta que hayamos sido vinculados a la familia de Dios. Cuando esto haya sido logrado, entonces el tiempo viene para dar los pasos a la ad¬quisición de las más altas experiencias.
La derrota es miseria y frustración. Este no es el plan de Dios pa¬ra Usted. Hay para el cristiano alturas y profundidades que la pluma no puede describir. Nosotros oramos y confiamos que esta pequeña publicación, así como llega a Usted donde está, a cualquier iglesia que pueda pertenecer o incluso no pertenecer a ninguna de ellas, le sirva para guiarlo al gozo pleno que es la herencia de todos los verda¬deros hijos de Dios. Para Usted esto es escrito en la oración de Pablo como se halla en Efesios 3:14-21. “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre to¬da familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre inte¬rior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros cora¬zones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantes de lo que pedimos según el poder que actúa en nosotros, a Él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén”.
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